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La Paradoja de la democracia digital: esperanzas y desencantos
Las redes sociales ofrecieron una gran esperanza para la democratización del debate público.
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Viernes, 23 de Agosto de 2024

Recuerdo claramente cuando, a finales de los 90, llegó el primer computador con internet a mi colegio en Pamplona. Los estudiantes formamos fila para explorar ese nuevo universo que prometía un emocionante siglo XXI. El profesor de informática —antes conocido como mecanografía— nos ofreció una lección teórico-práctica. Al final de la clase, cada uno tenía su propio correo electrónico. Al principio, la bandeja de entrada se llenaba rápidamente con mensajes que leíamos con atención, pero hoy en día muchos se borran o se marcan como spam.

En poco tiempo, las redes sociales emergieron rápidamente. No estar presente en ellas era casi como no existir. Con el mismo correo que había tenido por años, creé perfiles en Facebook y, más adelante, en Twitter. Aunque inicialmente experimenté entusiasmo, pronto descubrí que la realidad no cumplió con las expectativas utópicas.

Mientras leía a Habermas y a los filósofos de la Escuela de Frankfurt, creía que la democratización de las ideas a través del debate público se haría realidad. Pensaba que la capacidad de difusión de un mensaje ya no estaría en manos de unos pocos, sino que cualquiera podría expresar sus pensamientos y participar en un diálogo más plural.

Hoy sé que esta visión era utópica.

Sin embargo, en la primera y segunda década del siglo XXI, los movimientos sociales mediado por internet, como el 15M en Madrid, los movimientos estudiantiles en América Latina, y las movilizaciones en Wall Street y Colombia, demostraron que la red podía ser una herramienta poderosa para la acción colectiva. Estos eventos globales y locales fueron facilitados por internet de una manera que antes no era posible.

No obstante, mientras el umbral de participación se elevó, las redes sociales también se convirtieron en un campo fértil para odios y fanatismos. Los estrategas políticos han utilizado esta tecnología para difundir contenidos que explotan emociones negativas como el miedo, odio y rabia. Hoy en día, muchos usuarios contribuyen a la difusión de estas emociones en lugar de participar en debates reflexivos.

Personalmente, me he sentido aburrido por el ambiente en las redes sociales, al igual que me aburrí del correo electrónico (aunque hay excepciones). El debate verdadero se oculta, reemplazado por una competencia donde el éxito se mide por la rabia expresada y los "likes" obtenidos. La calidad de la democracia se resiente cada día más en este entorno.

Las redes sociales ofrecieron una gran esperanza para la democratización del debate público. Un debate sólido es fundamental para una democracia de calidad, caracterizada por debates amplios y profundos, donde todas las posiciones se exponen y se escuchan. Sin embargo, las redes sociales no proporcionan las reglas del juego claras, los procedimientos compartidos y los tiempos necesarios para decisiones comunes que son esenciales para un debate de calidad.

Adenda: Agradezco al diario La Opinión de Cúcuta por darme esta tribuna para exponer mis ideas. Esta columna busca reivindicar el debate y la deliberación como pilares fundamentales de la democracia. Nos leeremos por aquí.

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