En momentos que la mesa de diálogo con el Eln está en crisis y esa guerrilla volvió a optar por la hostilidad extrema con un paro armado en el Chocó, el Catatumbo fue el escenario desde donde Norte de Santander levantó la voz para reclamarles a esa guerrilla, a la disidencia de las Farc y al Gobierno Nacional que realmente se la jueguen por la paz en Colombia.
El departamento tiene una dolorosa y turbia experiencia por más medio siglo de conflicto armado que solo aquí ha dejado 100.000 muertos, aparte de los desaparecidos y quienes padecieron por el desplazamiento el despojo.
Ojalá tenga eco y no caiga en saco roto la válida petición exteriorizada para que el Eln respete la libertad de movilidad y los derechos fundamentales en territorio chocoano y para que el gobierno y los actores involucrados no se levanten de la mesa, porque “el momento de actuar es ahora, nuestras comunidades nos necesitan” como dijo el gobernador William Villamizar.
Ese pedido de las comunidades, los gremios, organizaciones de Derechos Humanos y las administraciones departamental y municipales, acompañado por una caravana, surge en medio de la crisis en que se encuentra la ‘Paz Total’, sirve como indicativo de que hay cansancio ciudadano con la guerra y que la vía negociada todavía tiene opciones.
Esta posición en favor de las conversaciones la fundamentó la Gobernación con el hecho de que en el tema de las muertes y las confrontaciones bélicas “sí se ganó mucho porque se frenaron” en el territorio durante el cese del fuego pactado con el Eln y el Estado Mayor de la disidencia de las Farc.
Aunque las extorsiones contra sectores como el palmicultor y carbonífero han persistido, así como el delito del secuestro, en contraste la Gobernación resaltó “una reducción significativa” de las acciones violentas en Hacarí, San Calixto y Convención, y un único homicidio registrado en Teorama y La Playa, localidades históricamente afectadas por el conflicto armado en la región.
Solo resta confiar que esta realidad sea utilizada como muestra de que aclimatar la paz es el camino correcto pero sin trampas ni exigencias descabelladas, entendiendo siempre que la población civil debe ser sacada del conflicto, para lo cual el cese de las hostilidades debe ser un inamovible irrenunciable.
Y como el Catatumbo es un microcosmos en lo relacionado con el conflicto armado pero también en cuestiones de problemas no resueltos y que afectan su desarrollo, la Casa de Nariño debe escuchar y atender el clamor nortesantandereano de la firma y ejecución del Pacto Catatumbo, acuerdo esencial que consiste en el fortalecimiento de la seguridad, el desarrollo social y económico, la restitución de tierras y la participación comunitaria para su transformación.
Esto es lógico porque paz sin inversión no es la solución, así como tampoco paz sin justicia, verdad, reparación y compromiso de no repetición tampoco es garantía de que por fin esa larga temporada de violencia tenga una fecha de conclusión. Luego hay que determinar dentro de la ‘Paz Total’ que disidencia que se forme, a partir de un nuevo acuerdo, la única opción que tendrá será la de su rendición, la entrega de las armas y las rutas del narcotráfico y someterse al imperio de la ley, porque no puede permitirse que ese reciclaje de grupos residuales persista.
Como la esperanza es lo último que se pierde, las organizaciones generadoras de violencia y conflicto entiendan que el pueblo está cansado y exhausto de la guerra.
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