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~El crimen de un hombre de 41 años en zona rural de Cúcuta tiene,
extrañamente, un considerable número de cabos sueltos. Nadie vio quién
cometió el homicidio. Nadie escuchó los 12 disparos que causaron la
trágica muerte. Nadie vio quién se llevó la moto de la víctima. Nadie da
razón del sitio donde vivía el occiso.~
El crimen de un hombre de 41 años en zona rural de Cúcuta tiene, extrañamente, un considerable número de cabos sueltos. Nadie vio quién cometió el homicidio. Nadie escuchó los 12 disparos que causaron la trágica muerte. Nadie vio quién se llevó la moto de la víctima. Nadie da razón del sitio donde vivía el occiso. De hecho, no lo sabe ni su familia. Nadie precisa en qué trabajaba, pese a que fue visto en muchas ocasiones en el lugar donde finalmente fue asesinado.
Es como si una especie de silencio cómplice se hubiera apoderado del hecho de sangre, ocurrido ayer a las 8:30 de la mañana en la vereda El Arrayán del corregimiento Ricaurte. Al apartado sitio se llega tras recorrer 20 minutos de una trocha, a la que se ingresa apartándose de la vía principal que comunica a Cúcuta con el corregimiento de San Faustino.
La destapada carretera conduce casi que milimétricamente al escueto patio de un rancho de tablas desgastadas y latas medio oxidadas, en donde quedó tendido el cadáver de Juan Carlos Herrera Galván, de 41 años. El difunto vestía pantaloneta negra, franela blanca, chancletas verdes, atuendo que deja entrever que no se movilizaría muy lejos.
“Llegó como a las 8:20 a desayunar. Le dije que le iba cogiendo la noche. Fue una broma. Se quedó en el patio y me entré a servirle el menú. De repente escuché como si hubieran golpeado una lata y como un lamentó, pero no vi nada. No oí los disparos”, relató una mujer, quien afirmó venderle diariamente el alimento a Herrera Galván.
El hombre, según manifestó la misma declarante, comenzó a ser su cliente hace dos meses, lapso en el que jamás se enteró a qué se dedicaba ni donde vivía. “Llegaba en una moto. Los viernes decía que iba para el pueblo (San Faustino) y regresaba a la siguiente semana.
El papá de la víctima mortal sostuvo que el jueves, en las horas de la noche, se comunicaron por última vez. “Me contó que estaba bien, pero no entramos en detalle. Pasada como una hora, me volvió a llamar. Me preguntó que si yo le había repicado. Le dije que no. No supe, finalmente, quién lo llamó”, precisó.
Los parientes de Herrera Galván sostuvieron que nunca se enteraron que tuviera amenazas o problemas personales. “No esperaba este golpe contra mí ‘pelao’. Él siempre me ayudaba”, precisó el padre.
Es como si una especie de silencio cómplice se hubiera apoderado del hecho de sangre, ocurrido ayer a las 8:30 de la mañana en la vereda El Arrayán del corregimiento Ricaurte. Al apartado sitio se llega tras recorrer 20 minutos de una trocha, a la que se ingresa apartándose de la vía principal que comunica a Cúcuta con el corregimiento de San Faustino.
La destapada carretera conduce casi que milimétricamente al escueto patio de un rancho de tablas desgastadas y latas medio oxidadas, en donde quedó tendido el cadáver de Juan Carlos Herrera Galván, de 41 años. El difunto vestía pantaloneta negra, franela blanca, chancletas verdes, atuendo que deja entrever que no se movilizaría muy lejos.
“Llegó como a las 8:20 a desayunar. Le dije que le iba cogiendo la noche. Fue una broma. Se quedó en el patio y me entré a servirle el menú. De repente escuché como si hubieran golpeado una lata y como un lamentó, pero no vi nada. No oí los disparos”, relató una mujer, quien afirmó venderle diariamente el alimento a Herrera Galván.
El hombre, según manifestó la misma declarante, comenzó a ser su cliente hace dos meses, lapso en el que jamás se enteró a qué se dedicaba ni donde vivía. “Llegaba en una moto. Los viernes decía que iba para el pueblo (San Faustino) y regresaba a la siguiente semana.
El papá de la víctima mortal sostuvo que el jueves, en las horas de la noche, se comunicaron por última vez. “Me contó que estaba bien, pero no entramos en detalle. Pasada como una hora, me volvió a llamar. Me preguntó que si yo le había repicado. Le dije que no. No supe, finalmente, quién lo llamó”, precisó.
Los parientes de Herrera Galván sostuvieron que nunca se enteraron que tuviera amenazas o problemas personales. “No esperaba este golpe contra mí ‘pelao’. Él siempre me ayudaba”, precisó el padre.