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Las dudas del obispo
~No es que la gente no anhele la paz, sino que no cree en la posibilidad de ella, porque existe el criterio generalizado, y bien fundamentado, de que la realidad de la zona es desconocida, como en verdad lo es, por el resto de Colombia.~
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Miércoles, 11 de Marzo de 2015
~No es que la gente no anhele la paz, sino que no cree en la posibilidad de ella, porque existe el criterio generalizado, y bien fundamentado, de que la realidad de la zona es desconocida, como en verdad lo es, por el resto de Colombia.~ De la feria cada uno habla según le esté yendo. También del proceso de paz. Y, por lo que parece, el optimismo y la esperanza que envuelven al país en torno de todo lo que pasa en La Habana, no alcanzan a llegar al Catatumbo.

Es lo que dice Ómar Sánchez, obispo católico de Tibú que, por su experiencia en esa neurálgica zona, cree que el asunto de la paz, en apariencia fácil de lograr, en realidad no lo es, y menos en una zona que, por si acaso el Estado no lo sabe, podría, en caso extremo, poner en peligro todo lo acordado entre las Farc y el Estado.

La duda del prelado —realmente, las dudas— se basa en la indiferencia que él percibe en el Catatumbo en relación con el proceso de diálogo, del que se ‘se habla de corrido’ sin tener en cuenta la realidad de la coca en toda la zona, la no inclusión del ELN en los diálogos, y la cultura de la ilegalidad y lo ilícito que existe en la frontera.

Según el obispo, en el Catatumbo hay indiferencia con el tema de la paz: “no es creíble, y hay una gran desconfianza frente a la institucionalidad, lo que significa la llegada del gobierno a estas regiones, lo que significa la llegada de un soldado...”

No es que la gente no anhele la paz, sino que no cree en la posibilidad de ella, porque existe el criterio generalizado, y bien fundamentado, de que la realidad de la zona es desconocida, como en verdad lo es, por el resto de Colombia.

La aparición de grandes fuerzas políticas organizadas, ‘aguerridas y decididas’, capaces de cambiar el rumbo de los acontecimientos, anhelantes de la paz, pero con una perspectiva muy particular, es un factor que la gran mayoría de los colombianos no conoce, como ignora todo lo relativo a intereses de estas organizaciones.

De acuerdo con el obispo, estos movimientos están mucho más avanzados que el Estado “y tienen más claro para dónde va la paz”, algo que aún ignoran los líderes de los partidos, ‘cuyos perfiles tal vez no obedecen a una intención de paz territorial’.

Y, como plantea el prelado, ‘si un gobernador, unos alcaldes, no tienen claras las implicaciones y necesidades de la paz, no van a ser de ayuda’. Y menos, si creen que ‘hay que seguir con componendas y el mismo estilo de administración’, como ha sido la costumbre por decenios.

Es necesario que el Estado se acerque a regiones como el Catatumbo, y lo más pronto posible, municipio por municipio, pero con un perfil diferente, que de verdad facilite construir un escenario favorable para la paz, con una lógica y una capacidad institucional diferentes de las que se le conocen.

Y para el obispo, ese cambio pasa por imprimirle a las soluciones otro ritmo. Los recursos son indispensables, pero ‘o le meten recursos a las regiones, o volvemos a lo mismo. Hay recursos para proyectos, y se demoran cuatro años en ejecutarlos. Eso no lo aguanta la gente”, según el obispo. ¿Esos ritmos con los que se gerencia el país son mayores obstáculos que la guerrilla; ese podría ser un cuello de botella”.

En situaciones como la actual, de la posibilidad de una paz cercana, tal vez lo más indicado para el Estado sea ser muy eficaz, en busca de cerrar las compuertas del descontento, y con la perspectiva de hacerse cada día más y más eficiente.

Hay soluciones que no dan más espera y que deben ser aplicadas antes de que haya un acuerdo final en La Habana. La zona de reserva campesina, por ejemplo, es una de ellas; la sustitución de cultivos ilegales, otra. Dilatarlas es correr riesgos que no se pueden correr. No otra vez.
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