Si miramos retroactivamente algunos sucesos del año en curso indudablemente el premio mayor se lo lleva la continuidad de la pandemia, la falta de una vacuna con vocación de permanencia y la amenaza de su propagación por la negativa de algunos colombianos a inmunizarse hasta donde es posible. Hay que reconocer el esfuerzo del gobierno nacional por atender la crisis sanitaria. Repasemos otros hechos:
Nos alegramos por llegar a esta fecha con la calidad de sobrevivientes de la pandemia, pero nos duele quienes desde el principio de la misma regresaron a la fuente dejando una estela de congoja, pero también de regocijo, porque si repasamos lo que conocimos de su existencia advertimos que hicieron el bien sin mirar a quien: Guido Pérez Arévalo, el urólogo Luis Alberto Lobo Jácome, Ramiro Calderón Tarazona, Eloy Mora Peñaranda, entre muchos otros.
Otros hechos sacudieron recientemente nuestro panorama electoral desde el exterior. Por ejemplo, nos llega la noticia del triunfo comicial del izquierdista Gabriel Boric, en Chile. Lo primero que hay que preguntarse es, ¿qué clase de socialismo practica el presidente electo por los chilenos? ¿Un socialismo dentro de la democracia, que traería sosiego público y que nadie ha aclarado, o el extremista que quiere imponer la izquierda colombiana el próximo año, que es lo que se colige de los mensajes que ha emitido su portaestandarte desde la campaña de 2018 hasta la fecha? En sus primeras declaraciones triunfalistas Boric habló de “tener responsabilidad fiscal” y que actuará “cuidando nuestra macroeconomía”. Claro, hay que esperar el nombramiento del equipo económico para leer el mensaje. Por lo pronto el mensaje de Boric es que no llegará a destruir lo que tanto tiempo ha costado edificar.
Ahora bien, aterrizando en lo nacional, el pasado jueves 23 de diciembre, hacía el mediodía, llegó la noticia del deceso del exsenador Roberto Gerlein Echeverría, en Barranquilla. Fue de esos senadores que para el espectador que estaba en la galería y oteaba el panorama sin pasiones políticas sentía alguna admiración por el senador difunto, por su manera peculiar de defender posturas doctrinarias de su Partido Conservador, durante 50 años, porque enfáticamente arremetía contra quienes atentaban contra los valores familiares, el orden y la disciplina. Parecía un político decimonónico, más de la época de la Regeneración, amigo personal de don Miguel Antonio Caro y con la Constitución de 1886 muy bien aprendida, pero a la gente le gustaba escucharlo cuando aparecía en las pantallas de nuestros televisores, desde el Capitolio Nacional, con su tono de voz estentóreo y sus catilinarias graciosas. Yo lo admiré. Hoy pienso que todo era estudiado para causar efecto positivo a su imagen política. Y lo logró. Lástima gr
ande que su última batalla fue político-familiar, por un hecho que él no provocó, pero sí denunció públicamente, y eso lo exime de cualquier responsabilidad.
Si de libros se trata para obsequiar, yo recordaría “Los pecados de la paz”, del general cucuteño Jorge Enrique Mora; “María Ofelia Villamizar Buitrago, o eso que ignoramos si es músculo o alma, poesía completa”, publicación de Fe Libre Editores; los tomos II y III de la “Monografía de Durania”, autoría del ingeniero y académico Fernando Velandia Caicedo, y “Tras las huellas de Guido Antonio Pérez Arévalo”, publicación de sus amigos playeros. Feliz Año Nuevo.