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Adiós, celibato
El celibato que se exige desde el concilio de Elvira del año 300, tiene sus días contados.
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Viernes, 29 de Marzo de 2024

Del papa decía Borges que es un funcionario que no me interesa. Lo dijo antes de que su paisano el papa Francisco empezara a disfrutar de vinillo y alhacena gratis en el Vaticano. 

El escritor y humorista brasileño Millor Fernandes decía que “si fuera el papa vendería todo y me iría”. Yo vendería todo menos los zapatos rojos de camaján que calzan. O calzaban, porque Francisco renunció a esa vanidad hace una década cuando fue elegido.

Espero que Bergoglio, su apellido pagano, no me excomulgue por repetir que me debe su papado. Si hubiera seguido en el seminario, en este momento el pontífice sería yo (modestia, apártate). De seminarista soñaba con que ser papa. Sólo llegué hasta acólito en la iglesia de El Poblado. A los pichones de frailes nos obligaban a presentarnos ante el párroco para mantenernos castos y amarrados a la camándula.

Unas primas curiosas nos visitaban para conocer a los futuros curas de la familia, mi hermano y yo, que ya no pecamos por sustracción de materia, no por virtudes nuestras. 

Nuestras primas eran bellas y perturbadoras y creo que con ellas comenzó a trastabillar mi vocación. La instrucción que nos daban los superiores para vacaciones era no mirar mujeres porque nos alborotaban la concupiscencia. 

Teníamos que vérnoslas con los votos de pobreza, obediencia y castidad. En pobreza siempre he sido un rico sin plata; en asuntos de obediencia, en casa se hace lo que yo obedezco. Pero la castidad me goleó 5-0. 

Otro gallo habría cantado si la Iglesia de entonces pone en marcha lo que acaba de insinuar con timidez nada jesuítica el papa: el celibato que se exige desde el concilio de Elvira del año 300, tiene sus días contados.

Perseguí dos papas en Macondo para pedirles que acabaran con esa piedra en el zapato. En Armero, Tolima, estuve a una jaculatoria de Juan Pablo II; y en Medellín tuve a Francisco cerquita, en las faldas de Boston. No me dejaron arrimar.

A Francisco pensaba contarle que si bien no tenía pedazos del avión en que murió Gardel, viví en Manrique, el Vaticano del Tango. Por ello me atrevía a proponer que se dejara de celibatos. La iglesia se habría ahorrado miles de atropellos que los curas cometen por debajo de la sotana. El que montó una fábrica de hacer estrellas pensó que no es bueno que el hombre esté solo (Gen. 2,18) y nos regaló a Eva.

También le habría contado al papa que el escéptico Borges aseguraba que un dolor de muela es la mejor prueba de que Dios no existe. Es al contario. Creo en Dios aunque prefiero desearle a mis prójimos, como hacían los romanos, que “los dioses les sean propicios”. El trabajo es mucho para un solo Dios. Moraleja: que casarse sea opcional como sugiere san Pablo quien nunca se dejó leer ninguna epístola.

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