El tiempo y su medición no existen. Son una construcción de la inteligencia humana, pero son el escenario en el que se construyen todas las demás interpretaciones del mundo que nos rodea.
Para la primitiva sociedad egipcia, el Nilo crecía y se desbordaba periódicamente dejando un cieno en el que podían sembrar las semillas que garantizarían su alimentación una vez se recogiera la cosecha. Pasó mucho tiempo antes de que reconocieran que esas crecientes periódicas se relacionaban siempre con unos grupos de estrellas que aparecían en sucesión al iniciar la noche en el firmamento. Posiblemente fueron ellos los que dieron a esos períodos el nombre de lo que eventualmente los latinos llamaron annus o año en castellano.
El comienzo del año varía según las culturas y civilizaciones. Hoy es 2021 para los 2.100 millones de cristianos y comenzó el primero de enero, pero es 1442 y comienza en julio para los 1.500 millones de seguidores del Islam; para los 18 millones de judíos es el 5781 y comienza en septiembre; para los hindúes es 1941 y comienza en noviembre y para los chinos es 4719 y comienza el 12 de febrero.
Lo que caracteriza a cada cultura es el afán de conocer el futuro. Si para los cristianos es claro que el vagar de los planetas por las constelaciones no es otra cosa que seguir órbitas matemáticamente conocidas e inmutables y no puede tener relación con las vidas colectivas o individuales de la humanidad, desde los caldeos se ha construido un cuerpo de conocimientos que se resumen en la palabra astrología, pseudociencia para muchos, pero guía para los demás. Los horóscopos de los periódicos son parte de la astrología occidental. El calendario chino, diferente al occidental, predice cambios positivos e importantes al dejar el Año de la Rata, 2020 y entrar al Año del Buey.
La conjunción de Júpiter y Saturno el 21 de diciembre pasado, día del solsticio de invierno, que no se daba en igual manera desde hace 800 años, capturó la imaginación de la población. Muchos reconocieron en ella a la estrella de Belén que guio a los Reyes Sabios desde Oriente para adorar al Niño Jesús. Para los astrólogos, era la entrada a la era de Acuario que duraría durante el siguiente milenio y en la que, al salir de la era de Piscis, un mundo que había conocido solo violencia, guerra, pandemias, corrupción y desigualdad, llegaría poco a poco a la confraternidad, al entendimiento del otro, a la igualdad real de oportunidades, a la desaparición del hambre y a avances maravillosos en tecnología para la salud y para el goce pleno de la vida en armonía con el planeta.
Pero, ¿no son éstas sino el cumplimiento de las metas de desarrollo sostenible de la ONU? Metas que no se han podido cumplir a nivel global y lastimosamente, tampoco a nivel nacional y local.
La polarización política no nos deja ver los hechos porque está coloreada por la ideología; el narcotráfico, producto de una prohibición que hace valioso algo que intrínsecamente tiene poco valor comercial, genera muerte; el hambre se manifiesta en Cúcuta en una población que solo tiene dos comidas diarias; la falta de empleo y la desigualdad campante nos golpean de manera inmisericorde.
Pero si todos se pusieran realmente de acuerdo para superar los problemas reales, habremos entrado sin necesidad de las estrellas, en lo que los astrólogos nos prometen para la era de Acuario.