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Cartagena
El gran reto lo tiene el Estado, en todos sus niveles, para traducir esta prosperidad en mejores oportunidades.
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Miércoles, 11 de Enero de 2023

Pasé la temporada de fin de año en Cartagena, una ciudad que no deja de impresionar por lo auténtica, que al mismo tiempo es una versión amplificada de todo lo bueno –y también lo malo– de lo que ocurre en nuestro país.


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El turismo en La Heroica  está viviendo un auge que no tiene precedentes. Acertó el alcalde Dau en suspender el ingreso de vehículos al centro histórico. Recorrer las calles de la vieja Cartagena sin tener que esquivar carros es una experiencia inigualable, de la que también se benefician los restaurantes y almacenes –muchos de calidad internacional–, que han tenido un gran resurgimiento después de la pandemia.

También hay que felicitar al alcalde por la organización de las fiestas de San Silvestre en todas las plazas del centro histórico, disfrutadas en primer lugar por los propios cartageneros.

Es muy positivo que, después de décadas de demora, los espolones en las playas que van desde el hotel Caribe hasta el centro finalmente estén en construcción. Estas obras se requieren para recuperar las playas, y así poder construir senderos peatonales y ampliar las vías de acceso. En mayo de 2018 firmamos con el presidente Santos y el alcalde Sergio Londoño el convenio por $160.000 millones para hacer las obras de protección costera. Como desafortunadamente ocurre con los cambios de gobierno, en 2019 las nuevas administraciones nacional y distrital decidieron modificar los diseños y el proyecto se frenó. El alcalde Dau después de criticar el proyecto ahora lo apoya, así que las obras avanzan. 

Y hablando de Crespo, hay que mencionar el aeropuerto, un tema que divide a los cartageneros. La realidad es que las cosas no pueden seguir en el limbo en el que están. Los pasajeros tienen que realizar largas caminatas por una plataforma insegura y oscura. No hay accesos directos a las aeronaves y el número de pasajeros desborda las salas de espera.


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Con los desarrollos previstos en la Zona Norte, así como en Barú, el número de pasajeros puede superar los 10 millones por año al finalizar esta década. Para ese momento será necesario tener un nuevo aeropuerto, que puede construirse en Bayunca por medio de una APP que no requiere recursos de la Nación. Pero mientras eso ocurre se debe poner en marcha un plan en el que el actual concesionario de Crespo tenga los incentivos para realizar las inversiones que se necesitan de manera urgente.

El turismo deja una gran cantidad de recursos que irrigan toda la economía local. Y si a esto se le suma la actividad industrial –que sigue creciendo–, la ciudad tiene un panorama muy promisorio. La sola Refinería de Cartagena –que logró el hito de cargar 225.000 barriles de petróleo por día en diciembre pasado (cuando antes de su expansión solo podía refinar 70.000 barriles)– le deja a la ciudad en impuestos de industria y comercio más de 100.000 millones de pesos al año, para no hablar de las utilidades para la Nación. Se estima que el año pasado tuvo un ebitda de más de 1.200 millones de dólares, el más alto para una planta del sector industrial colombiano.

El gran reto lo tiene el Estado, en todos sus niveles, para traducir esta prosperidad en mejores oportunidades de educación y empleo para los amplios sectores de la población –incluyendo los desplazados por la violencia– que viven alejados de toda señal de prosperidad. Estos grupos son los más vulnerables a los tentáculos del narcotráfico y las actividades ilegales, como el turismo sexual. Este es el verdadero problema por resolver.

Con una lucha más efectiva frente al crimen organizado, que ha penetrado las propias instancias que deben combatirlo, la maravillosa combinación de historia y arquitectura colonial, la riqueza de sus fortificaciones y el buen gusto de los nuevos desarrollos inmobiliarios, gastronómicos y comerciales hacen de Cartagena una ciudad única, emblemática de todo lo bueno que debemos construir como nación.

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