Confieso que hace años tengo por norma visitar los centros históricos de las ciudades que visito. He visto algunos muy conservados, pero la constante en todos es el esfuerzo de algunos propietarios de inmuebles por preservarlos, otros por modernizarlos y otros por ceder a la presión de urbanizadores.
Afortunadamente en Bogotá, por ejemplo, existe la Corporación Barrio La Candelaria para la defensa y conservación de ese barrio, junto con el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural. Y a fe que han logrado mantener su riqueza arquitectónica.
En Cartagena, donde existe el Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena de Indias -IPCC- Planeación Distrital, es impresionante el esfuerzo de los administradores municipales por destruir o vender lo que les encargaron mantener. Los colombianos hemos sido testigos de las barbaridades arquitectónicas que sucesivamente se han cometido en esta ciudad hasta días recientes, cuando se pintó parte de la muralla del Fuerte de Cartagena de Indias. Hace exactamente cuatro meses.
El Distrito Especial Turístico, Histórico y Cultural de Santa Cruz Mompox, fuertemente dominada por órdenes religiosas durante la colonia -como los Agustinos, Dominicos, Jesuitas y Franciscanos-, aún conserva esa arquitectura religiosa y se esfuerza por conservar su centro histórico. Su importancia económica decayó con la guerra de independencia, las guerras intestinas y el cambio de cauce del río Magdalena, “proceso que no fue tan natural”, dice Cruz María Campo, de la Academia de Historia. Hay que volver a Mompox. Me gusta esta ciudad, tan vinculada a la provincia de Ocaña, desde que éramos cantón perteneciente políticamente a la provincia de Mompox, en el entonces departamento del Magdalena, en plena Gran Colombia. Me obsequian un buen libro: Los jesuitas en Mompox: 1643 - 1767.
Lo que sucede en Ocaña es descorazonador. Ni las sucesivas administraciones ni las entidades del gobierno nacional han colaborado para la conservación del patrimonio histórico, el cual tiene como punto de referencia el entorno de la Columna de los esclavos y el Complejo Histórico de San Francisco. En el caso del primero, prácticamente todo ha sido demolido; en el segundo caso, no es que lo quieran demoler - aunque con gusto lo harían -, sino que la administración no respeta las entidades que pueden ocupar el inmueble, según la ley 10 de 1977. Con esta ley la Nación se asoció al Sesquicentenario de la Convención de Ocaña, en 1979. Creo no exagerar si escribo que con el trabajo de la Academia de Historia de Ocaña y el esfuerzo personal de Luis Eduardo Páez García, Marta Pacheco García y Vigías del Patrimonio se ha logrado detener el empuje destructivo. Falta mucho por hacer y no hay que bajar la guardia.
No sé si exagero si afirmo que lo bueno que le quedó a Cúcuta luego de su reconstrucción es su parque principal, el Santander, porque difícilmente se puede encontrar uno igual en varias ciudades colombianas, por su amplitud.