En el Siglo XVIII los españoles creyeron que “cerrando a todo trato” –de ahí su nombre actual— lo que hoy es el río Atrato, iban a poder controlar el agobiante contrabando que azotaba por todos lados al Virreinato de la Nueva Granada.
Ilusorio intento: los aspectos fundamentales de la economía colonial estaban falseados y nada pudo contener el contrabando.
Los excesivos impuestos al comercio que imponía la metrópoli a las importaciones legales, el vasto territorio del Virreinato, el afán de las otras potencias para apropiarse de una porción del mercado Neogranadino y, ante todo, los precios irreales de algunos artículos de producción doméstica –como las harinas de trigo y los de las rentas estancadas como el tabaco y los aguardientes— terminaron abriéndole camino irreversible al torrente de los contrabandos.
Algo parecido está sucediendo con Venezuela, donde el atolondrado intento de frenar los contrabandos “cerrando a todo trato” la frontera con Colombia, y de paso agraviando o deportando arbitrariamente a los colombianos que viven en la zona limítrofe, con el pretexto de controlar el contrabando, le va a fracasar también a Maduro.
Como les fracasó a los españoles del Siglo XVIII su política anti contrabando.
Los contrabandos de Venezuela hacia Colombia, a través de una extensa frontera de más de 2000 kilómetros, no son la causa, sino la consecuencia de una economía colapsada, irreal y atolondrada, como es la del régimen que preside Maduro y su grupo calenturiento de asesores.
Y seguirán presentándose mientras subsista una organización económica como la de Venezuela que desafía las más elementales normas del mercado y del buen juicio.
No en vano tiene Venezuela una inflación que se cataloga entre las más altas del mundo: ya sobrepasó la barrera del 200 % según los últimos informes estadísticos.
No en vano mantiene una política estatista que desalienta los emprendimiento privados y la libre iniciativa empresarial.
No en vano maneja un disparatado control de cambio de tasas múltiples, en el que la tasa de mercado es cien veces superior a la preferencial del banco central. No en vano la producción petrolera venezolana está destruida e hipotecada.
No en vano la corrupción campea. No en vano una proporción inmensa de los precios internos, comenzando por el de la gasolina, están fijados a niveles irreales.
De todo esto no puede resultar sino el desabastecimiento y el contrabando hacia Colombia. Y desabastecimiento y contrabandos seguirán siendo el resultado –no la causa— de semejante desorden económico.
No creo tampoco en la explicación de que esta disparatada política y las bravuconadas anticolombianas de Maduro tengan un fin electoral con miras a las próximas elecciones. Si así fuera, pensaría uno por sentido común, no tendría razón alguna indisponer a los más de cuatro millones de gentes colombianas o de origen colombiano que viven en Venezuela. Es una comunidad ofendida actualmente con lo que está sucediendo con sus paisanos en la frontera del Táchira. Y es una comunidad que va a votar contra el régimen chavista en las próximas elecciones. Con lo cual, además de la infinidad de torpezas económicas que ha venido cometiendo el gobierno de Maduro, le agrega ahora una monumental equivocación política.
La solución no es pues “cerrar a todo trato” la frontera y ultrajar a los colombianos que allí viven. Mientras el manejo de la economía venezolana no se abra al buen juicio y a la racionalidad seguirá el contrabando. Como les sucedió a los españoles en el Siglo XVIII.
* Exministro de Agricultura y de Hacienda