Al tomar el café del desayuno todas las mañanas leo y releo el lema de la Universidad de Florida, impreso en la taza que me trajo de recuerdo una compañera que hizo su posgrado en esa universidad, fundada en 1853, cuando en Colombia se comenzaban a cerrar los centros de enseñanza universitarios en el periodo radical: “Civium in moribus rei publicae salus” que traduzco libremente como “la salud de la cosa pública se basa en el civismo, en las costumbres”. Y cada vez que lo leo, más me duele el constatar la falta de civismo en nuestras costumbres, tanto públicas como privadas. Lo que nosotros llamamos República, para los romanos era la “cosa pública”, es decir, lo que pertenecía a todos los ciudadanos y ninguno podía aprovecharse personalmente de ella. Parecería que para muchos de nuestros políticos, la cosa pública es un fondo del cual se pueden apropiar sin la menor vergüenza y, hasta hace poco, sin que tuviera consecuencias, ni castigo legal o moral. El ser “vivo”, el aprovecharse de las circunstancias en contra de las normas, se ha convertido en nuestra costumbre en todos los niveles de la sociedad. Porque es tan corrupto quien se embolsilla millones de la cosa pública, como quien se salta una fila y como quien dice “usted no sabe quién soy yo”. Es increíble ver en la avenida Los Libertadores camionetas de alta gama, que por su precio implicaría que sus dueños son ciudadanos prósperos y educados, parqueados no solamente al lado de la acera, sino muchas veces ocupando la calzada derecha entera, sin consideración alguna por los carros que tienen que esquivarlos para no estrellarse contra quienes avanzan por la izquierda. Estos distinguidos señores se apoderan temporalmente del espacio público, sin consecuencia alguna. Y qué decir de la forma como se ocupan las calzadas en el centro de la ciudad interfiriendo con el libre tránsito de busetas, taxis y carros particulares. ¡Ni decir que los vendedores ambulantes no tengan el derecho a ganarse la vida en una actividad honesta, así le llamemos la economía del rebusque!, pero eso no da derecho a que carretas arrastradas por jóvenes y aún personas mayores transiten en contravía exponiendo su vida e interfiriendo con el tráfico normal. Y en cuanto a la policía, que debería ejercer su autoridad para agilizar el movimiento del tránsito, están más atentos en poner comparendos y en charlar entre ellos, mientras ante sus ojos impávidos se forman trancones, se congestionan las intersecciones y se va creando el caos vehicular. ¿No es función de la Policía el asegurar la convivencia ciudadana? El civismo en las costumbres cotidianas de todos los ciudadanos es lo que permite esa misma convivencia. Hay casos encomiables del trabajo de la policía cívica que ha logrado en varias comunas la convivencia, aún entre pandillas, a través de actividades lúdicas y culturales en las que se incorporan los miembros de la comunidad. ¿No sería posible que toda la policía fuera cívica, proactiva, preventiva, en lugar de muchas veces limitarse a perseguir y capturar el delincuente después de cometido el delito? Pero el civismo en las costumbres es realmente una cultura que se logra a través de seguir el ejemplo de los líderes de la comunidad, vale decir, las autoridades elegidas, los jueces y magistrados, los maestros en las escuelas y colegios, los profesores en las universidades y los mismos profesionales que en el ejercicio de su labor en su vida pública y privada deben asegurar la cultura del civismo en las costumbres. Porque esta cultura es un deber de todos los miembros de la sociedad, comenzando por sus líderes y los personajes públicos que deben ser ejemplo a seguir por todos los miembros de la comunidad.
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