Diálogo de sordos. Eso es lo que hemos tenido en este paro que va para mes y medio. El Gobierno tiene su propia agenda que formuló recién inaugurado cuando a través de voceros de su partido anunció que su propósito era volver trizas los Acuerdos de Paz pactados por el Gobierno anterior. Y a eso se ha dedicado durante este tiempo.
El Comité del Paro fue inicialmente un grupo de presidentes de tres sindicatos de trabajadores, al que se unió la Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación (Fecode), que pretendieron hablar hace casi un año con el Gobierno acerca de los acuerdos incumplidos y llegaron a la conclusión de que los gobiernos colombianos solo oyen los reclamos sociales cuando se lleva a cabo un paro que amenace paralizar la economía del país.
Al principio era una modesta “carretilla” que manejaban los cuatro presidentes, pero que ante la decisión del Gobierno de no hablar con ellos, se convirtió en una “chiva” a la que se fueron subiendo todo tipo de organizaciones con todo tipo de reclamos, en su mayoría legítimos, pero sin ninguna coordinación ni propósito común, excepto forzar una negociación con el Gobierno para aceptar sus exigencias.
Hay dos palabras que definen el comportamiento de los grupos sociales organizados: coherencia y sindéresis. El Diccionario de la lengua española (DLE) define coherencia como “actitud lógica y consecuente con los principios que se profesan” y sindéresis como “discreción, capacidad natural para juzgar rectamente. Del lat.mediev. Synderesis observación cuidadosa, preservación”.
El Gobierno ha sido totalmente coherente con el propósito anunciado desde su inicio. Pero ha carecido de sindéresis, ya que le ha faltado esa discreción que resulta de la observación cuidadosa de los hechos, que como decía Echandía, son tozudos. Y actúa desde la selfrightfulness, que Moisés Wasserman, en una de sus recientes columnas de opinión, dice que es una palabra inglesa que no tiene traducción al castellano, pero que implica que uno se auto define como el único depositario de la verdad y todos los demás están equivocados si piensan diferente.
Al Comité del Paro no se le puede exigir ninguna de las dos. Inicialmente sus reclamos eran de tipo puramente sindical, buscando el cumplimiento de acuerdos con gobiernos anteriores, a los que se había llegado sin en ningún momento considerar las condiciones de las empresas que los contratan. Nuestra historia registra cómo exigencias de algunos sindicatos han llevado al cierre o quiebra de las empresas. Le oí al alcalde de Cúcuta hace poco decir que las empresas son organizaciones que tienen dos componentes: trabajadores y empresarios y que, solamente si los dos trabajan de consuno se asegura la supervivencia y progreso de la empresa.
En un Estado ideal, que ciertamente no es el colombiano, las empresas deberían tener la obligación de compartir parte de sus ganancias con los trabajadores y repartir entre los accionistas las ganancias después de sus compromisos sociales. Esto no ocurre. Los promotores del paro trataron de forzar el cumplimiento de compromisos a través de marchas multitudinarias. Pero la pandemia destapó fallas estructurales en nuestra sociedad que explican que a las demostraciones se unieran jóvenes sin trabajo ni esperanza.
Entonces, cambió el carácter de las marchas que durante el día eran ejemplo de paz y convivencia y por la noche se volvieron violentas con saqueos vandálicos y destrucción de propiedad privada y pública. Podemos decir que en varias ciudades en las noches estamos en guerra civil con muertos y heridos y sin cese al fuego a la vista. En los noticieros podemos ver que hay una especie de cambio de actores, de los pacíficos protestantes a enmascarados que atacan a la fuerza pública que, a su vez, responde a los ataques frecuentemente usando uso desproporcionado de la fuerza.
Yo no veo un mando unificado, por lo que me hago la pregunta: ¿Tenemos todavía esperanza?