Durante los años 70s en Colombia la diáspora sirio-libanesa logró tener presidente, un tercio del Congreso y voces dirigentes en medios de comunicación, la cultura y la academia. Los mal llamados “turcos”, por provenir de países del imperio otomano, se asimilaron exitosamente en Latinoamérica a pesar de la diversidad religiosa: judía, maronita y musulmán. Amasando muchas de las principales fortunas de la región, infortunadamente no produjeron los vínculos económicos y culturales que se habría esperado con sus lugares de origen. Mientras Arabia Saudita y los países del Golfo se abren al mundo e invierten agresivamente en Colombia, hay que priorizar la relación del país con esta región.
La principal diáspora es la libanesa, con más de 30 mil migrantes desde finales del siglo XIV, que a hoy tiene cerca de 700 mil descendientes. Pero según el DANE, los colombianos con descendencia del Medio Oriente superan los 3,2 millones. En el cálculo de Wikipedia de las principales diásporas árabes en el mundo, Colombia ocuparía el sexto lugar, figuras como Shakira, Julio Cesar Turbay o Yamid Amat son tan relevantes que se convirtieron en símbolos de colombianidad.
La asimilación colombiana fue tan exitosa que la comunidad en el país no está segregada como en Francia o EE. UU., la gente del Medio Oriente colombiana llegó para quedarse, ni si quiera hay flujos de remesas relevantes. Hoy, el comercio de Colombia con toda la región no supera el 4% de las exportaciones, siendo Turquía sobre representada como destino. Los vínculos que debieron ocurrir de manera orgánica no se dieron, sino por iniciativa del Medio Oriente que se empiezan a estrechar.
En ese sentido, es relevante que el fondo soberano de Abu Dhabi hubiera escogido como su sede en América Latina no solo a Colombia, sino a Medellín. Mucho se ha escrito de la decisión de ese fondo de acompañar la adquisición de Nutresa y Sura, pero independientemente de la transacción, su decisión de invertir en Colombia en medio de tanta incertidumbre es una validación sobre su compromiso con el país. Es probable que no sea la última y que atraigan muchas más.
En la Visión 2030 que busca modernizar Arabia Saudita existe una invitación abierta de inversión recíproca, la cual no hemos aceptado. Con condiciones de inversión extremadamente competitivas, las empresas del país están dejando pasar una oportunidad dorada de ser las primeras en el mercado saudí. De especial importancia es la oportunidad agrícola, es en el Medio Oriente donde se hacen realidad las promesas del libre comercio. Sin la complejidad regulatoria del marasmo fitosanitario, se puede vender a buen precio y en volumen. Para los brasileños las exportaciones agroindustriales a 55 países árabes y musulmanes superan los US$16,000 millones. Lo mismo podríamos hacer nosotros.
Colombia debe aprobar el tratado de libre comercio con Emiratos Árabes para estrechar su vínculo económico con el Medio Oriente. Se deben organizar más misiones e intercambios culturales, comerciales y deportivos. Como país, aunque se nos olvida, tenemos mucho más en común con el Medio Oriente de lo que pensamos, desde la comida hasta la cultura. Ya es hora que empecemos a recuperarlo.