Esta semana se llevó a cabo en el Congreso de la República una citación al equipo negociador del Gobierno Nacional, para discutir el acuerdo final de paz. Durante el debate, la bancada del Centro Democrático expuso carteles en los que se leía ‘’No al conejo’’.
Yo comparto plenamente esos carteles. Los comparto porque son un recordatorio histórico, de lo que han sido los procesos de paz en nuestro el país. Procesos plagados de “conejos”, de incumplimientos y de faltas a los acuerdos logrados, que han generado desconfianza entre las partes negociadoras.
Durante los 50 años de esta guerra, siempre se han sostenido diálogos con las Farc. Hoy, por primera vez hemos logrado una negociación efectiva y un entendimiento común de que la vía de la lucha armada no es la ruta para llegar al poder, y que en las urnas, con los instrumentos de la razón y de la democracia, es como se legitima el cambio de rumbo en nuestra sociedad.
Ese día, en el Congreso hicimos un ejercicio de control político para verificar que los acuerdos negociados con las Farc no contrariaban los principios democráticos y del Estado de derecho en nuestro país. En otras palabras, estábamos actuando como institución garante de los principios democráticos, de la constitución política y, ante todo, como garante de la no repetición.
La refrendación de los acuerdos de paz, no es un instante, no es un voto, no es una proposición ni un debate que se agote en 13 horas en un parlamento. La refrendación es un proceso. Un proceso que se extiende a la implementación y que incluye el debate de reformas sociales, la definición de prioridades de gasto público y sobre todo, la materialización de la garantía de no repetición.
No refrendar los acuerdos, hubiera significado “ponerles conejo” a las víctimas del conflicto armado en Colombia y a esas voces que se expresaron desde el Chocó y el Cauca. A ellas les estaríamos “poniendo conejo”, si no refrendamos los acuerdos de paz y no avanzamos en su implementación.
Las cifras que tenemos en Colombia, solo son comparables con la tragedia que ha vivido la humanidad en la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Ocho millones de víctimas, 250.000 directas, 35.000 desaparecidos. Estamos hablando de una tragedia humana que no tiene punto de comparación en el continente americano. Si no contribuimos con la refrendación y la implementación, tendremos como Congreso que asumir una responsabilidad histórica, por la muerte de tantos colombianos, porque teniendo nosotros un mandato y la posibilidad de salvar vidas, los habremos condenado.