Voté por Fajardo en la primera vuelta. Entre muchas razones, por el respeto a la iniciativa privada y su interés de preservar la estabilidad macroeconómica, pilares fundamentales del desarrollo, y por su propuesta creíble de proteger los recursos públicos, cuyo derroche disminuye la generación de oportunidades. Tras el guayabo de los resultados electorales, tocaba entonces escoger entre el moderado y ortodoxo Duque o al radical y heterodoxo Petro. No fue difícil.
El miedo que ocasiona Petro entre diferentes actores de la economía es real. Además de los pronunciamientos de diferentes gremios sobre la desconfianza que genera o la divulgación de la curiosa Cláusula Petro para retractarse en contratos de compraventa, un estudio realizado por el gigante financiero japonés Nomura, reveló que dentro de los diferentes participantes de los mercados colombianos, el exalcalde es el único percibido como enemigo de los mercados –busca que sea el Estado y no el libre mercado quien asigne recursos- por lo que la incertidumbre alrededor de un gobierno suyo causaría una fuerte devaluación y un aumento de las tasas de interés en el corto plazo.
Dicha expectativa no es infundada. Sus propuestas para frenar los sectores de petróleo y carbón, reemplazar sus divisas-regalías-empleos con ilusos planes de exportación de frutas o energía solar, emitir deuda pública para comprar tierras que él decida improductivas, impuestos a la repatriación de utilidades, la sombra de una Constituyente o su populismo que olvida que los recursos son limitados, destruirían la confianza que el mundo tiene en Colombia y que ha venido dinamizando toda clase de inversiones. Mientras que la inversión extranjera directa sumó USD14.500 millones en 2017, la inversión de portafolio, que por ejemplo facilita la financiación del gobierno y las empresas, llegó a USD7.800 millones. Sin confianza disminuye la inversión de nacionales y extranjeros, aumenta el desempleo y crece la pobreza. Difícil votar por este escenario.
La creación de un mega-Estado encargado de reemplazar a los privados en múltiples sectores, con un manejo petrista de los recursos públicos, debería generar terror. En la salud, plantean eliminar la intermediación privada (las EPS), aun cuando se evidencia que sistemas de salud administrados directamente por el Estado presentan indicadores incluso peores que los del sistema general; o cuando el manejo de la Bogotá Humana generó pérdidas en Capital Salud por más de $520mil millones sólo en 2014 y 2015.
Proponen tomar el ahorro pensional que millones de trabajadores hoy tienen en los fondos privados, para alimentar una gran banca pública que prestaría a los “excluidos por el sistema”. Esta loable iniciativa ya falló en pequeña escala durante su Alcaldía a través del proyecto Banca para la Economía Popular, que imitó la iniciativa chavista del Banco del Pueblo Soberano.
El rápido crecimiento de la cartera morosa y la imposibilidad de recuperar el capital por la ausencia de garantías terminan llevando a que los recursos desaparezcan. Lamentablemente, las soluciones mágicas no existen. Técnicamente se hablaría de falta de alineación de los incentivos. Coloquialmente se diría “lo que no nos cuesta hagámoslo fiesta”.
Finalmente, vale la pena recordar que la Contraloría encontró que el 96% de los contratos durante la Alcaldía de Petro se hicieron de forma directa y sin licitación mientras que el número de contratistas por prestación de servicios aumentó 70% en 4 años, lo que le permitió construir su fortín electoral con recursos públicos.
Es creíble entonces que combatirá el clientelismo, pero el clientelismo de los demás, mientras genera una gran desaceleración económica que, como siempre, le pegará más duro a los más vulnerables. Contra la palabrería vacía que agranda los problemas en vez de solucionarlos, mi humilde voto irá para el ecuánime mozalbete inteligentón, Iván Duque.