Comúnmente se predica que política es el arte de gobernar, y gobernar, según definición de Oxford Languages, es “ejercer la dirección, la administración y el control de un Estado, ciudad o colectividad. Entonces, siendo muy básicos, es de suponer que quienes alcanzan la jefatura del Estado, que es lo que interesa ahora, llegan a aplicar esos tres verbos en busca del bienestar y la felicidad de la colectividad.
Por ello, cuando un precandidato o candidato oficial a la presidencia de la República sabe, pero hace a un lado, que su deber es la búsqueda de la holgura y comodidad de sus administrados, y desde esa posición de precandidato o candidato oficial lanza la advertencia que una vez esté posicionado en la jefatura del Estado investigará o perseguirá a su antecesor en el cargo, envía una mal mensaje, en el sentido que su preocupación fundamental es la venganza contra quien le ganó democráticamente la justa electoral en 2018. Y luego, con seguridad proclamará que hay que aniquilar a quien no le permitió llegar a la presidencia de la República anteriormente y a quien no se le quiso sumar en la segunda vuelta, y así sucesivamente. Es una organización que habla de democracia, pero la ignora y despotrica de ella cuando le desfavorece.
Hay quienes manifiestan que el sector opositor al que tradicionalmente ha permanecido en la jefatura del Estado no le interesa por ahora la presidencia de la República -lo que es cuestionable-, sino que lo que busca es la toma mayoritaria del Congreso Nacional, lo cual coincide con lo manifestado en su proclama reciente, en el sentido de buscar “una mayor representatividad en el Congreso”.
De manera que esta pista que ha dado el precandidato o candidato oficial progresista -teniendo en cuenta lo que esa palabreja significa ahora-, aunado a lo expresado en la pasada campaña presidencial, la de 2018, son argumentos suficientes y fehacientes para buscar opciones no radicales ni extremistas en todos los bandos.
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Circula en la ciudad el libro “Convención, el pueblo que yo conocí. Crónicas de una década: 1955 - 1965”. Su autor es el docente convencionista Aldemar Villalba Ortega, egresado en 1969 de la Escuela Normal Superior, de Pamplona, y su vida laboral la desarrolló en Montería. En 42 capítulos y dos Anexos el autor hace un barrido por el pueblo que él dejó hace 55 años y abarca todos los aspectos de una vida apacible. Es un viaje ameno al pasado, y lo digo porque es el mismo pueblo, lugares y personajes que yo dejé hace 42 años, cuando llegó la violencia y nos expulsó.