El cuadro no puede ser más desolador, por nuestra ciudad se pasea el hambre inmisericordemente y lo vemos en las calles, pero lo triste es que esa realidad evidente a los ojos de todos, se multiplica de manera exponencial en los suburbios de la ciudad donde se asientan y crecen los cordones de miseria.
Nuestro problema ya no es de pobreza, nos encontramos frente a personas en pobreza extrema y miseria, dos nuevos estratos que se deben agregar al SISBEN, correspondiéndoles en consecuencia la numeración de cero y menos uno respectivamente.
Las condiciones de los habitantes de muchos de los barrios de invasión, son tan indignas y deplorables, que es imposible no dejar caer las lágrimas cuando se observa las condiciones infrahumanas en las que viven. Al final del día, hiciste la visita, llevaste lo que tenías, tomaste la foto del recuerdo y te vas, pero ellos siguen viviendo allí.
Las tasas de desempleo, la informalidad, el desplazamiento forzado y la delincuencia, no son sino un reflejo mínimo de la realidad social a la que estamos haciendo referencia. La bomba social está en aquel lugar, donde son tan pobres que no tienen como pagar su transporte para venir al centro de la ciudad a engrosar las estadísticas. Es preferible, gastar esos centavos en panela para dar de comer a sus hijos.
Un verdadero planificador no solo debe quedarse con la mirada en la infraestructura, la cual es necesaria, pero nadie en tiempo de guerra construye puentes o pavimenta caminos. Déjeme decirle estamos en guerra. En guerra contra el hambre, la miseria y la desigualdad social, por eso la única soberanía que debemos defender en este momento es la seguridad alimentaria. En esta grave crisis debemos priorizar y está en juego la vida, que es el derecho fundamental más preciado.
En estos lugares no se sabe qué es un impuesto de industria y comercio, los famosos parafiscales y el IVA les da lo mismo, porque al pobre todo le sale más caro. Le venden el arroz, el chocolate y hasta el aceite por porciones mínimas y en la intermediación de ese menudeo el producto es más costoso. Ese es el costo de oportunidad entendido a la inversa, en detrimento del cliente y a favor del que vende.
Tanto presupuesto público invertido en capacitaciones infructuosas, enseñando lo que ya saben y no aplican. A los presidentes de acción comunal los invitan a tantos eventos que ya no se selecciona el evento por el contenido temático, sino por el refrigerio.
La administración pública y la empresa privada deberían dedicarse a generar condiciones de seguridad alimentaria para la ciudad, no dándoles de comer a manera de subsidió. El asistencialismo inhabilita a las personas, volviéndoles dependientes y sometiéndolos como hasta ahora lo han hecho. Necesitamos desarrollar proyectos productivos sostenibles y autosuficientes que les sirvan de sustento para sus familias. Debemos enseñarles a cultivar y cosechar. Debemos enseñarles que sí se puede, pero sobre todo a darles esperanza de vida.