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Desde mi balcón
He vuelto a ver  como el azul profundo del cielo cucuteño.
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Domingo, 12 de Abril de 2020

El confinamiento preventivo en el que hemos estado estas tres últimas semanas, sin impedir que hubiéramos cambiado nuestra forma de trabajo y, a veces su acelerado ritmo, de todas maneras nos ha permitido encontrarnos de nuevo con la misma naturaleza para la que no teníamos tiempo, encerrados los profesores universitarios en las oficinas y en las aulas.

El mirar hacia el poniente al caer la tarde, desde mi balcón he vuelto a ver  como el azul profundo del cielo cucuteño primero se tiñe con tonalidades amarillas suaves, que de pronto cambian a brochazos de rojo intenso, como si un pintor gigante hubiera hundido su pincel más ancho en su paleta y de manera furiosa quisiera cubrirlo todo con sus colores antes de que el sol se oculte y le arrebate lienzo y pincel. A medida que las sombras van borrando el magnífico cuadro de arreboles, se van difuminando las montañas en este valle de Cúcuta y comienzan a aparecer las luces de las calles y las casas como desafío a esas sombras que se han apoderado de todo, mientras Apolo se fue a iluminar otras regiones del planeta. 

Qué bueno tener por lo menos un poquito de tiempo para, de la mano de Andrea Wulf, pasearse por la apasionante vida de Alejandro von Humboldt, en una biografía que más parece una novela, que nos muestra una sociedad tanto americana como europea explicando el nacimiento de naciones. Humboldt y Bolívar de bohemios en Inglaterra. Bolívar, siguiendo la huella de su amigo en su delirio sobre el Chimborazo escribió: «Busqué las huellas de La Condamine y de Humboldt; seguílas audaz, nada me detuvo; llegué a la región glacial, el éter sofocaba mi aliento. Ninguna planta humana había hollado la corona diamantina que pusieron la mano de la Eternidad en las sienes del dominador de los Andes. [...] dejé atrás las huellas de Humboldt, empañando los cristales eternos que circuyen el Chimborazo. [...] ¿cómo, ¡oh Tiempo! —respondí— no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto? [...] “Observa —me dijo—, aprende, conserva en tu mente lo que has visto, dibuja a los ojos de tus semejantes el cuadro del Universo 
físico, del Universo moral; no escondas los secretos que el cielo te ha revelado: di la verdad a los hombres”». 

Seguir a Humboldt y a Goethe, dos almas hermanas que unieron la ciencia, es decir, la racionalización del conocimiento para encontrar relaciones ocultas. Los dos encontraron que la naturaleza está interconectada, que no hay compartimentos estancos, que las plantas, los animales, y aún la geología son una sola. Por eso Fausto puede ofrecerlo todo y recibirlo todo, porque la naturaleza es un todo que evoluciona pero que se manifiesta igual en el altiplano colombiano o en las llanuras de Mongolia.  

Humboldt predijo hace un poco más de 200 años el cambio climático debido a las acciones antrópicas basado en su estudio del lago Valencia en Venezuela y del mar Caspio en la frontera entre Europa y Asia, donde encontró que la deforestación para convertir los bosques en campos agrícolas iría acabando con el agua y por consiguiente con la vida misma.  

La vida de Humboldt daría para varias columnas. Pero era tiempo, también, para releer las divertidas aventuras de un caballero de la triste figura que como cualquiera de nosotros busca unos ideales a pesar de la incomprensión de quienes supuestamente tienen los pies en la tierra o  revisar la forma como Darwin propuso la evolución de las especies que sociólogos de principios del siglo XX convirtieron en una teoría del darvinismo social, como nos lo recuerda Peter Watson.

No hay tiempo para todo lo que quisiéramos, porque el teletrabajo permitió que continuáramos en nuestras labores diarias ordinarias, cambiando la manera como manejamos los rituales de la actividad universitaria. Pero, por lo menos, démonos un tiempo para volver a lo fundamental y gozar de nuestra a veces olvidada biblioteca.

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