Una noticia recurrente en los periódicos tiene que ver con el porcentaje de jóvenes entre los 18 y los 28 años de edad que no encuentran empleo. Mientras que el desempleo del Área Metropolitana de Cúcuta fue del 20,6 para el trimestre de agosto a octubre de 2020, para los jóvenes fue de 27,5.
La Universidad del Rosario llevó a cabo un estudio en noviembre sobre la percepción que tienen los jóvenes de los problemas que afrontan. El 31%, priorizó la crisis económica y el 27%, el desempleo. Para la franja entre los 18 y los 32 años de edad el desempleo afecta al 29% de los encuestados. Un efecto de la pandemia fue que en enero, el 51% de esa población estaba trabajando, pero para noviembre la cifra había caído al 40%.
En el caso colombiano hay varias razones para esa alta tasa de desempleo. Comparándonos con países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), a la que Colombia pertenece, hay diferencias en cuanto a la franja de edad de trabajar de los jóvenes. Mientras que en Colombia es posible graduarse de secundaria a los 15 o 16 años, en esos países los jóvenes terminan secundaria a los 18 años, momento en el que comenzarían su vida laboral.
El problema del desempleo juvenil es, posiblemente, nuestro mismo sistema educativo. En la página del Observatorio Laboral del Ministerio de Educación encontramos que solo el 79.8% de los universitarios recién graduados está trabajando con un salario de alrededor de $2.000.000. Además, del total de egresados universitarios en 2015, 38,8% lo hicieron en ciencias económicas, administrativas y contables; 23.4% en ingeniería, arquitectura y urbanismo y 14,6% en ciencias sociales y humanas. Los analistas del Observatorio afirman que estas cifras “parecen responder a las necesidades de los empleadores y del país.” Realmente no se entiende cómo se puede afirmar tal cosa. Máxime si seguimos con las otras cifras que presentan: 7,3% en ciencias de la salud; 1,6% en agronomía y veterinaria y 1,5% en matemáticas y ciencias naturales. Con esas cifras podemos ver que en alguna parte nuestro sistema se equivocó.
Un país agrícola, que sin las exportaciones extractivas basa el resto de su capacidad de intercambio internacional en la agricultura, ¡tan solo gradúa el 1,6% de sus profesionales en esta área fundamental para el desarrollo! Y qué decir de los graduados en física, química, matemáticas, con 1,5%, cuando ellos son la base misma del desarrollo de los países ricos.
Nosotros formamos para administrar lo que otros crean, para litigar y mantener funcionando un país supuestamente basado en el derecho y para ayudar a mantener la salud mental de una población que sufre los excesos de la discriminación y desigualdad social. Nuestra universidad no está formando para crear, para desarrollar, para inventar. Nuestra universidad forma para mantener el statu quo. Y estamos cumpliendo bien con esa función. Hemos formado 2,6 médicos y 3,6 abogados por 1.000 habitantes, números más bajos que los de los países de la OCDE pero similares a los EE.UU. Y lo mismo podemos decir de las demás instituciones que se supone, forman para el trabajo. Y lo hacen bien. El mejor ejemplo, obviamente es el SENA. Pero no formamos para superar el arquetipo social, industrial y productivo.
Pero esta situación puede cambiar. Se tienen que dar los primeros pasos. Comencemos con la alianza entre la universidad, la empresa y el Estado, que en nuestro Norte de Santander lidera Francisco Unda, director regional de la ANDI. Esa alianza se llama CUEE (Comité Universidad Empresa Estado) en el que hemos ya identificado parejas universidad-empresa que comienzan a trabajar juntas en un proyecto de interés para el empresario. Un acompañamiento de la Cámara de Comercio de Cúcuta, de la Alcaldía y de la Gobernación, con su Comisión de Competitividad, podría ser el primer paso para el desarrollo de empresas novedosas que incrementen el Producto Interno Bruto (PIB) regional y la capacidad exportadora del departamento. Luego daremos el segundo paso.