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Despedida dolorosa
Personas que conocía muy bien y otros que apenas distinguía nos han dejado en esta última arremetida de la parca en sus ya mermadas filas.
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Lunes, 21 de Diciembre de 2020

Debe ser cierto lo que se comenta en los medios de comunicación y redes sociales sobre la cantidad de decesos en la ciudad por la crisis sanitaria mundial, agravada ahora por las noticias que llegan del Reino Unido “sobre la nueva variante del Colvid-19”, lo que nos indica que es imposible que se cumpla la esperanza de que la “horrible noche” cese. Parece que el año entrante - 2021 - lo pasaremos igual al que se extingue: con amenaza de alistamiento social obligatorio prolongado.  
 
Personas que conocía muy bien y otros que apenas distinguía nos han dejado en esta última arremetida de la parca en sus ya mermadas filas. La semana pasada, por ejemplo, los días 16 y 17, fueron de pesadilla, al conocerse en la ciudad, entre otros casos igualmente dolorosos, desde luego, el fallecimiento de dos personalidades: el médico neurólogo Ramiro Calderón Tarazona y el licenciado en filología e idiomas Carlos Eduardo Orduz, respectivamente. A ambos los conocí en el Salón Santander de la Academia de Historia, entidad a la que pertenecían, y donde, en agradable tertulia, café y finos gracejos surgen amistades valiosas.

Todo lo que se publicó en un aviso de primera página de La Opinión sobre el doctor Ramiro Calderón Tarazona, es cierto. Independientemente de sus calidades como médico, quiero resaltar su calidad de humanista. Es verdad de a puño que fue un “hombre de vasta cultura, lector incansable y gran expositor” y lo demostró en cuanto escenario le facilitaron: cuando atendía los llamados de la Fundación Cultural el Cinco a las Cinco, en el paraninfo de la UFPS y sus intervenciones y conferencias en la Academia de Historia. Su elocuencia era proverbial.    
  
En cuanto a Carlos Eduardo Orduz quiero decir que fue mi vecino de barrio y mantuve con él una comunicación estrecha y constante. Tengo entendido que era natural de San Cayetano, pero toda su vida vivió en Cúcuta, y por ahí dicen que el hijo no es de quien lo pare sino de quien lo cría. Creo que fue su caso. Investigó mucho sobre Cúcuta y lo publicaba con su propio peculio, porque no tenía ayuda oficial. En los últimos meses publicó dos libros: “Constitución de Colombia: 200 años” y “Cucuteñismos en desuso”.

Todos sus libros me los obsequiaba trayéndomelos a mi casa, todos los reseñé en esta columna y luego regresaba a darme las gracias. Siempre advertí que era un gran conversador y esas conversaciones siempre estaban exornadas con gracejos de su propia cosecha, y si tenía algo que sentir de alguien, era elegante al manifestarlo. Creo que el declive de su salud empezó hace algunos años, cuando falleció su esposa.  
  
Por las circunstancias especiales que vivimos con ocasión de la pandemia los amigos no pudimos estar presentes para despedir a los académicos Ramiro Calderón Tarazona y Carlos Eduardo Orduz, pero con ambos queda la tranquilidad de la amistad sincera y cordial, y, lo más importante, como en el poema de Ana María Rabatté: “En vida, hermano, en vida”. Feliz Navidad, amables lectores.

 

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