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¿Dónde están las Fuerzas Militares?
Los generales guardan silencio, en su mayoría, y los que hablan parecieran conformes con su negra suerte.
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Lunes, 3 de Abril de 2017

Quien tuviera esa pregunta angustiosa a flor de labios, la hubiera resuelto en la marcha de este primero de abril. Porque estaban todos, porque la Reserva, entera, acudió a este llamado angustioso del pueblo colombiano.

Está claro para todos que los Militares tienen la sagrada misión de defender la soberanía nacional, el territorio patrio, los derechos de los ciudadanos. Pero todo eso lo hacen obedeciendo las órdenes de los superiores. ¿Qué pasa si un militar encuentra insoluble conflicto entre aquellas obligaciones irrenunciables y las disposiciones de sus jefes? Solo le queda el camino de la renuncia, que para ellos se llama la baja, para decir como ciudadano lo que le mandaron callar como soldado.

Se encuentran por decenas los militares a quienes Santos colocó en esta posición desesperada. Muchos tomaron ya el camino de dejar a un lado su uniforme y sus armas sacrosantas, antes que faltar  a sus deberes. ¿Pero qué opinan los demás? ¿Qué piensan de que quieran ponerlos a órdenes de sus enemigos de siempre, los mafiosos, y de los que pregonan una abominable dictadura, que llaman del proletariado?

Los generales guardan silencio, en su mayoría, y los que hablan parecieran conformes con su negra suerte. Nos dicen que Santos ha llegado a la abominación de ponerle precio a su lealtad y celebrar la renuncia a sus principios con un grueso cheque, que no llega más que a los generales. Los otros, casi todos los oficiales, que presencien en silencio el enriquecimiento de los jefes y sufran impasibles su propia ruina moral.

Pero el sábado primero de abril quedaron despejadas esas amargas dudas. Porque la gloriosa reserva, la de quienes siguen siendo lo que fueron toda la vida pero sin el uniforme y el mando, estuvo en la  calle. Y esa es la opinión de los que por disciplina no pueden expresarla.

No podía ser de otra manera. Los que afrontaron todos los peligros, padecieron todas las privaciones, asumieron todas las responsabilidades, no pueden abandonar su causa. Y no lo han hecho y no lo harán.

Comprendemos la desesperada actitud de los que han sido condenados miserablemente, contra toda justicia. Que quieran ser juzgados de nuevo, cuando los humillaron con testigos falsos y contra todas las evidencias, es un acto legítimo de protesta y una manifestación respetable de esperanza. Pero su juicio en la JEP, la de las Farc, integrada por comunistas elegidos por tres comunistas extranjeros, una farmaceuta y un magistrado de extrema, colombianos, no durará mucho. 

Porque les pedirán que confiesen un delito que no cometieron. O que acusen a otros de lo que ellos no hicieron, es un imposible moral y ontológico. Luego van a someterse a una nueva humillación y van a recibir peor trato que el que hasta ahora les dieron.

Los ejércitos están hechos para la victoria y para enfrentar el costo de las derrotas. Pero nunca para las humillaciones. Las legiones romanas fueron más fuertes que las derrotas que les propinó Aníbal en su propia tierra, en Transimeno y Canas, y la que casi cuesta el imperio, cuando Varo las sepultó por incompetente o por cobarde. Pero nunca perdonaron ni olvidaron la humillación de las Horcas Caudinas a que las sometieron los Samitas. Por eso destruyeron aquel pueblo enemigo sin una migaja de compasión.

A nuestras Fuerzas Militares las quieren pasar bajo las nuevas horcas caudinas. Para que hinquen la rodilla y se arrastren por el piso ante sus jueces de ahora, los que fueron sus enemigos de siempre. Y eso no prosperará. Es un intento fallido, una aberración, un imposible. El mensaje ha sido enviado. Será muy torpe el que no sepa acusar recibo.

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