Colombia es un país muy rico, pero tiene una población pobre, con dirigentes pobres de miras, con estadistas pobres de ideas, con políticos que no ven más allá de ganancias personales inmediatas dentro de un plan de desarrollo cortoplacista, con inversionistas que quieren recuperar su inversión en un año o menos e inmerso en una cultura de la pobreza, como la describió Oscar Lewis en su clásico libro, Los hijos de Sánchez. Y, sin embargo, ahora pertenece al selecto grupo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), cuyo objetivo es coordinar las políticas económicas y sociales de sus 36 Estados miembros. Muestra de esa cultura de la pobreza de miras y cortoplacismo, son precisamente las múltiples críticas que recibió el Gobierno anterior por haber solicitado y haber sido admitido en este club de naciones avanzadas.
Para que los otros miembros de la OCDE nos reconozcan eventualmente como pares, debemos propiciar profundos cambios en nuestra manera de ver nuestra realidad y nuestras potencialidades y comenzar por una condición sin la cual será imposible nuestro verdadero desarrollo económico y social: la educación para el Siglo XXI.
Hace poco el expresidente Barack Obama nos mostraba en un foro que se llevó a cabo en Bogotá, que la ruta hacia el futuro pasa primero que todo por la educación, desde la primera infancia hasta la universidad, y nos presentó ejemplos como el de Singapur, con un 100% de alfabetismo. Esta cifra tenemos que compararla con Colombia en donde, no solamente podríamos hablar de analfabetismo absoluto sino analfabetismo funcional, es decir, el analfabetismo de quienes leen hilvanando palabras sin entenderlas, condición que no es ajena a ciertos exponentes de las más altas dignidades del Estado que la comparten con un buen sector del público general. En el caso de las universidades, el analfabetismo funcional se demuestra en los resultados de lectura crítica en las pruebas Saber Pro y a nivel del colegio, en las pruebas Saber 11. Obama también presentaba el caso de Finlandia, donde los maestros no solo tienen el respeto y la admiración de toda la sociedad, sino que sus sueldos son comparables a los de las más altas dignidades del Estado. Diferencias notables con Colombia, pero que si las reconocemos son diferencias que podrían ser metas a superar en el futuro.
Casi al mismo tiempo, en Boston la canciller alemana, Angela Merkel proponía en su discurso a los nuevos graduandos de Harvard que no podían aceptar nada sin el beneficio de la crítica y de la duda. “Nuestras libertades no se nos dieron gratis ni la democracia es algo que nos hayan regalado. Tampoco se nos ha dado gratis la paz ni la prosperidad… pero si tumbamos los muros que nos limitan, si tenemos el coraje de salirnos del constreñimiento de nuestras costumbres para abrazar nuevos comienzos, entonces, todo será posible… cualquier cosa que pueda parecer escrita en mármol o que parezca inalterable, ciertamente puede cambiar”. Y terminó diciendo a los graduandos: “Salgan y tumben las paredes de la ignorancia y la estrechez mental porque nada va a permanecer en la forma como está hoy”.
En su entrega de junio de 2018 editorializaba Scientific American: “Conocimiento es poder” y decía que para muchos el conocimiento acerca del mundo natural era supeditado a sus creencias personales. Y continuaba: “Educar a ciudadanos globales es la misión más importante de las universidades… tenemos una obligación de confrontarlos con la realidad y obligarlos a cambiar sus creencias cuando chocan con la objetividad de los hechos”.
Surgen estas reflexiones al terminar un semestre académico en los colegios y universidades y al prepararnos para uno nuevo. Y nos preguntamos: ¿cómo podremos prepararnos para las carreras que aún no existen, cuando el sistema de aseguramiento de la calidad del Ministerio de Educación parecería estar diseñado para mantener las mismas condiciones de la universidad napoleónica que han regido por décadas y que se consagraron en la Ley 30 de 1992, desmembrada pero aún vigente?
En un mundo en el que se espera que los profesionales cambien de carrera varias veces durante su ejercicio para adaptarse a las condiciones nuevas del mercado y a las coyunturas y tendencias globales, ¿tenemos la capacidad y resiliencia para afrontar los cambios desde el punto de vista legal y desde la misma universidad?
En el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), en el que el pregrado dura tres años, hay por lo menos 10 tipos de maestrías, de las cuales sólo dos, la de investigación y la de profundización, existen en Colombia y hay varias que permiten que quienes se formaron en una profesión en pregrado puedan cambiar legalmente y ejercer otra carrera en posgrado. ¿Será posible que en nuestro país se pueda hacer algo semejante en el cercano futuro? Existen muchos ejemplos en países avanzados para superar los retos del cambio acelerado basado en el conocimiento, ¿será que nosotros seguiremos a la zaga, sin siquiera buscar el cambio?