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El amigo Lobo Carvajalino
Con sus textos tuvo la fortuna de prolongar en el tiempo su parábola vital y ahora la disfrutaremos para recordarlo merecidamente; pero también dedicó esfuerzos ingentes al estudio de la historia regional.
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Martes, 15 de Junio de 2021

Aún no es tarde, jamás lo será, para referirme a la ausencia física y definitiva del doctor Luis Eduardo Lobo Carvajalino, quien el pasado 7 de junio traspasó la línea del horizonte dejando una estela de buenas acciones y acongojados a deudos y familiares. 

Recientemente recordé a un grupo de amigos que conocí al doctor Lobo hace exactamente 21 años en los pasillos de la Academia de Historia de Norte de Santander, y un lustro después, junto con Virgilio Durán Martínez, Alfonso Ramírez Navarro, Mario Vásquez Rodríguez, Fernando Vega Pérez y Pablo Emilio Ramírez Calderón, suscribieron mi postulación para ingresar como miembro Correspondiente de la corporación. Acabamos de despedir al último de esa pléyade de académicos que prácticamente venían de la primera mitad del siglo XX, y podían exhibir una hoja de servicios brillante, bien en el servicio público o en el ejercicio privado, o ambos.  

Siempre admiré en él su vena periodística y política, aunque dicen que la primera desemboca en la segunda. En lo primero, es verdad que dedicó su vida de pensionado a escribir incansablemente, en esencia sobre su vida personal y profesional, y para ello publicó obras escritas donde quedaron consignadas sus reflexiones sobre sus orígenes, su familia, sus estudios y su trabajo de docente y profesional de la ingeniería mecánica. Con sus textos tuvo la fortuna de prolongar en el tiempo su parábola vital y ahora la disfrutaremos para recordarlo merecidamente; pero también dedicó esfuerzos ingentes al estudio de la historia regional en todos sus matices, como también la historia colombiana, especialmente la política y literaria. En política era un experto en todo lo que fue la República liberal, que, aunque fue un periodo breve, fue complejo por las reformas de avanzada que se propuso su Partido Liberal y logró sacar adelante para modernizar al país. Aunque admiraba a todos los dirigentes de ese período político -López Pumarejo y Eduardo Santos, por ejemplo- quien se llevó los laureles fue Alberto Lleras Camargo, de quien se refería como el mejor estadista que ha tenido Colombia. 

En literatura, era “adicto” a la poesía. Basta con leer sus escritos para advertir citas que ilustraban lo que quería decir. Era un deleite del espíritu hacer tertulia en la misma Academia de Historia, en un café o en su residencia porque su manera franca, pausada y detallada de exponer, salpicada con apuntes oportunos y pertinentes, era muy proverbial en él. Mucho de lo que expuso, o temas que eran de su preferencia, quedaron consignados en la Gaceta Histórica y Hacaritama, órganos de difusión de las Academias de Historia de Norte de Santander y Ocaña, respectivamente, y también en la revista Imágenes, de La Opinión. Su biblioteca personal la donó a la Biblioteca Pública “Julio Pérez Ferrero”. Para despedirlo los versos del paisano José Eusebio Caro:  

¡Ocaña! ¡Ocaña! ¡dulce, hermoso clima! / ¡Tierra encantada de placer, de amor! / Ufano estoy de que mi patria seas / ¡Adiós, Ocaña! ¡adiós, Ocaña! ¡adiós!  

Sí, adiós, amigo Luis Eduardo Lobo Carvajalino, sólo te nos adelantaste. 

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