Entre los actos más repudiables que hacen parte del entramado de la violencia está el secuestro. Un crimen con carga de perversidad, con el cual se busca, en algunos casos, utilidad económica y en otros efectos políticos emparentados con la barbarie.
El secuestro es ultraje y no tiene razón de ser en la lucha por el poder cuando se buscan reivindicaciones sociales para la dignificación de la vida. Los que insisten en ese flagelo revestidos de revolucionarios incurren en la negación de la democracia y le suministran savia a lo más regresivo del pensamiento político.
Los errores que mayor peso tienen contra las guerrillas en Colombia es el del secuestro. Con esa degradación se autocondenaron y quedaron con una mala imagen. Las Farc desmovilizadas tuvieron que reconocer que las atrocidades del plagio fueron pasos al abismo. Y han padecido el menosprecio de los colombianos por semejante descarrilamiento.
Actos como el secuestro son propios de delincuentes formados en la visión más deleznable de la existencia humana. Esa forma de coartar la libertad, de humillar, de reducir a la incertidumbre a la víctima o de incomunicarla y llevarla hasta el filo de la muerte está en la trama de la vileza.
El secuestro del señor Luis Manuel Díaz por el Ejército de Liberación Nacional, otra veterana guerrilla colombiana, desbordó la copa y movilizó al país. Y ello contribuyó a su liberación, celebrada internacionalmente. Pero el problema sigue porque en poder del Eln están más de 30 plagiados, por los cuales es necesario también alzar la voz y consolidar una operación de regreso a sus hogares de quienes están sometidos a ese suplicio de la indebida retención en condiciones violatorias de los derechos humanos.
Como el Eln está en negociaciones de paz con el Gobierno tiene que ser prioritario tratar este nudo del secuestro para saber si es posible su eliminación.
Se requiere que el Eln diga si tiene voluntad y capacidad de abandonar la práctica del secuestro. Y carece de validez que lo justifique como medio para conseguir recursos de financiación de la guerra en cuanto le corresponde.
A la propuesta de paz del Gobierno los grupos armados en la ilegalidad deben responder con sinceridad. Y si aceptan que hay posibilidades de llegar a acuerdos entonces están llamados a sostener una línea consecuente. El juego de tirar la piedra y esconder la mano no pude ser.
La paz, desde luego, no es solamente la desmovilización con entrega de las armas. Incluye el desarrollo de cambios identificados, orientados a construir una sociedad que tenga las garantías de los derechos que puede surtir la democracia.
Poner a Colombia en la dinámica de la producción es un punto de partida esencial. Es el aprovechamiento de la tierra para el bienestar general. Es el empleo, la educación, la salud. Es la formación de servidores públicos correctos. Es cerrarles los espacios a la corrupción y fortalecer la institucionalidad como irrigadora de la paz y de la estabilidad de la nación en todos los órdenes para que nunca más se llegue al desgarramiento que le ha anulado posibilidades.
Puntada
Pasadas las elecciones, los que tendrán el mando deben preparar con tiempo su despegue.
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