El principal problema del país es el subdesarrollo, que se proyecta en todas las esferas societarias: carencias en infraestructura, regiones abandonadas, instituciones débiles e inaplicabilidad de la ley, cultura individualista, corrupción vergonzante, manipulación de nuestros recursos naturales, dependencia económica, incontrolable deuda externa, y pérdida de identidad nacional, lo cual explica los niveles de pobreza y desigualdad. Nos acostumbramos a vivir así, negándonos los espacios para pensar y emprender un cambio progresivo hacia el desarrollo.
En medio de esas circunstancias, una polarización ideológica, producto también del subdesarrollo político, es alimento cotidiano. Por un lado, una derecha recalcitrante, convencida de que le sirve el statu quo, sin darse cuenta del riesgo en que se encuentra, puesto que puede perderlo todo y, menos aún, de su responsabilidad por sus desaciertos al frente del Estado durante décadas. Por otro, una izquierda radical, ubicada en la razón y necesidad del cambio, pero desubicada en el método que propone e ignorante de la dinámica internacional.
La complejidad es inmensa, y la solución para salir del subdesarrollo supone una visión integral, que no parcelada, y un liderazgo con carácter y compromiso. Lo primero es entender que cada día que pasa, si no actuamos, nos distanciamos más del mundo industrializado. Augusto Comte decía en 1850 que, quien tiene el saber progresa en forma geométrica, o sea 2-4-8-16-32-64-128, al paso que quien no lo tiene, aún haciendo las cosas bien (que no es nuestro caso), avanza en proporción aritmética, es decir, 2-4-6-8-10-12-14.
Para mejor entender, no sobran los ejemplos: Se va a construir el metro en Bogotá. Parece mentira que, con más de 30 facultades de Ingeniería Civil en el país, tengamos que licitar para que los chinos lo construyan, cuando Londres, París y Nueva York ya lo desarrollaban en 1902. Y, si usted va a un supermercado a comprar un dentífrico, sale con colgate, crest o pepsodent, porque no encuentra uno colombiano. Otros llegan a la luna y desafían el espacio, mientras nosotros vemos pasar el tiempo sin carreteras ni servicios públicos dignos.
La negación de nuestro talento y creatividad es atadura mayor. No creemos en nosotros, ni asumimos retos. No hay políticas públicas coherentes. Somos adictos a la dependencia y el subdesarrollo, por contradicciones internas y presiones externas. América Latina tuvo su mejor momento entre 1930 y 1960, cuando distintos países optaron por la sustitución de importaciones a raíz de la Gran Depresión de 1929, y comenzaron a industrializarse. Pero vendría la quiebra del proceso por el capitalismo internacional de la posguerra que, apoyado en el FMI, impuso políticas de ajuste para desmontarlo y sumirnos en una dependencia cada vez mayor. Qué ironía, pero con 135 años que tiene el carro, no hacemos uno. El complejo extranjerizante es tal que ya celebramos el ‘Black Friday’, e institucionalmente hasta adoptamos el ‘Fast Track’ en pleno proceso de paz.
La China debe estudiarse para entender su presente. De la ortodoxia marxista de Mao pasó al pragmatismo de Deng Xiaoping, por manera que captó y controló inversión extranjera para aprender a hacerlo todo, entendiendo el poema anónimo de un antepasado suyo: “Si das un pescado a un hombre, se alimentará una vez; si le enseñas a pescar, se alimentará toda su vida”. Y ahí está, convertida en primera potencia comercial. Supo diferenciar entre la inversión extranjera perversa, y aquélla que reinterpretada dejaba saber y poder.
Los colombianos somos inteligentes, pero nos desperdiciamos. Hasta ahora, poco sabemos de los candidatos presidenciales y su propuesta integral para superar el subdesarrollo. Los temas se parcelan en los foros, y entonces se habla de la inseguridad, la policía, la educación, la reforma a la justicia, o cualquiera otra cosa. Y agresiones van y vienen, como pan y circo, por cuenta de la polarización.
La campaña parece secuestrada por los egos, la mecánica política y el maquillaje mediático.