Cuando apenas faltan cinco meses y unos días para que se posesione el nuevo alcalde de la ciudad, y ya de salida, el regalo que recibimos los cucuteños sea el de un procedimiento de la administración viciado para arreglar uno de los problemas más sentidos, como es el tema de la semaforización, no queda sino decir como dicen los muchachos en los colegios: perdimos el año, y bien perdido.
Primero tratar de hacerse a través del Área Metropolitana, sin que quede claro jurídicamente cómo la administración municipal de Cúcuta pueda hacer una obra que es de la ciudad, a través de otra entidad como es el área metropolitana. Colombia es uno de los países con más leyes en el mundo, con abogados que se creen sabios disertando por todas las cafeterías de cualquier ciudad, con jueces que para unos casos dicen una cosa, y a los dos minutos cambian de posición, y nosotros damos papaya.
Y así queremos sacar la ciudad adelante. Somos hasta ingenuos.
Dicha realidad hace que cualquier maniobra jurídica sea riesgosa, como la de pretender hacer la semaforización de la ciudad a través del Área Metropolitana.
La sola incorporación de los recursos de Cúcuta al área sería un riesgo presupuestalmente.
Hacerlo es dar la oportunidad para que la semaforización quede enredada por una tutela, o una eventual acción popular que plantee la causal de moralidad administrativa por ejemplo.
Creo que en la polémica le sobran razones al contralor para oponerse a esa opción.
Ahí iban las cosas cuando ahora nos enteramos que hicimos copialiana de los pastusos en la elaboración de los pliegos.
Mejor dicho, ahora si nos jodimos; y dizque así queremos sacar la ciudad adelante.
Este episodio me recuerda lo que en alguna ocasión se dijo de Enrique VIII, rey de Inglaterra, a quien su gente le decía a los pocos días de asumir el trono, que ya estaba intoxicado por el nuevo y maravilloso vino del poder. El problema de esto es que aquí, el vino ya se está acabando.
Tan sólo quedan cinco meses en los que apenas quedan unas pocas botellas y ya no de muy buena calidad, sino de aquellas baratas que los franceses llaman vino de mesa y que los vagos de allá las toman hasta en los metros para pasar el invierno.
Dadas las cosas como están con el tema de la semaforización, hay momentos en los que el gobernante debería tener un momento de reflexión, de recibir un buen consejo como lo hacía Maquiavelo con los príncipes, de ser razonable y tratar de ser humilde, especialmente porque el vino ya se está acabando, y lo mejor sería dejar las cosas ahí y esperar que el próximo alcalde arregle el tema de semaforización de la ciudad.
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PD. Muy buena la columna pasada de Arturo Melo Díaz. Con una buena dosis de valor civil.