Aunque suelo escribir sobre economía y algunos asuntos políticos, hay ciertas cosas de la realidad social que no pasan inadvertidas, que pueden causar terror mezcladas con tristeza.
Este último sentimiento se vuelve reiterativo en la sociedad colombiana y peor aún en Cúcuta, desde los más relevantes temas, hasta las banales disputas cotidianas.
El odio es un común denominador, es un sentimiento que emerge en cada discusión, es un motor propulsor de emociones avasallantes y vapuleadoras que expresan esa parte de las pulsiones humanas más bajas, donde la razonabilidad y la racionalidad están ausentes.
Freud lo definía como un estado del “yo” que desea destruir la fuente de su infelicidad, entonces el “otro” y lo que representa: sus características, creencias o convicciones son una fuente de esa condición, y por tanto su “eliminación” o “reconversión” es necesaria.
Lo anterior se expresa de manera concreta por ejemplo en la política, el “otro” está equivocado y “nosotros” poseemos la verdad, como el Uribismo o el Chavismo; de igual forma dicha lógica casi religiosa en el sentido de los ungidos y escogidos también se expresa en el futbol, los que consideran que Ronaldo es mejor o lo es Messi, y entran en una disputa baladí los séquitos de estos jugadores, donde manifiestan odios desenfrenados; dicha actitud opera también en las barras bravas de los equipos.
Todo aquel que piensa diferente o es diferente debe ser corregido, salvado, cambiado o eliminado.
Otro ejemplo fue lo sucedido en las redes sociales, a partir del artículo de Iván Gallo, que generó controversia y una desproporcionada reacción de linchamiento virtual.
En relación a lo anterior según Castoriadis hay dos fuentes del odio que se refuerzan mutuamente, por un lado la tendencia de la psique rechazar todo lo que no es ella misma; y por otra parte la cuasi necesidad de clausura de la institución social; frente a la segunda es el estado unitario donde el sujeto y el objeto son idénticos, donde la representación, el afecto y el deseo son una misma cosa, esto quiere decir que existe una identificación del sujeto a un equipo de futbol, a un barrio, a una religión, a la patria, etc, son uno solo, y todo aquello externo, diferente es rechazado o eliminado.
Esta idea la expone Estanislao Zuleta en el Elogio a la Dificultad, haciendo alusión a los totalitarismos que funcionan con esa misma lógica, y dice que el “otro” y “sus argumentos no son argumentos sino solamente síntomas de una naturaleza dañada o bien máscaras de malignos propósitos.
En lugar de discutir un razonamiento se le reduce a un juicio de pertenencia al otro –y el otro es, en este sistema, sinónimo de enemigo–, o se procede a un juicio de intenciones”, la sociedad colombiana en general está sumida en una perplejidad, la violencia ha sido el mecanismo por el cual se busca solucionar los conflictos, y el odio ha azuzado las febriles emociones, tiznando de sangre parte de la nuestra historia.
Para una sociedad que busca la paz, este es el gran reto, superar esta condición y situación del odio y la violencia, el desarme del “corazón” es una apuesta más difícil para esta democracia débil y mentirosa, por tanto el reto de construir un mejor país, sociedad o ciudad parte de la capacidad de superar el odio, esto es, darle paso a la razón.