Ante la crisis de los valores y el eco de los discursos populistas, se hace necesario preguntarnos cuál es la defensa que como ciudadanos pensantes tenemos a nuestro alcance para comprender los fenómenos que están sucediendo. Por lo mismo, es indispensable participar de manera activa y coherente, dando respuesta a las ideas vacías que nos proponen y que no por ser repetidas por muchos son verdades fácticas, basadas en hechos evidentes que las conviertan en ciencia.
La función de los intelectuales tiene una historia de ideas y conceptos marcados por los acontecimientos sociales y políticos de cada época.
Pierre Félix Bourdieu sostiene que, para cambiar el mundo, es necesario cambiar las maneras de hacer el mundo, es decir, la visión del mundo y las operaciones prácticas por las cuales los sujetos son producidos y reproducidos. Este poder simbólico es un poder de hacer con palabras que generan pasiones. Evidentemente esto no implica un pensamiento común y homogéneo. Por lo contrario, las multiplicidades de ideas hacen a un debate siempre necesario en situaciones de crisis sociales. Debate que pone en juego prácticas sociales y políticas que atraviesan todos los campos de la sociedad.
Este cuestionamiento surge en medio de la coyuntura de nuestro país, departamento y ciudad. Estamos a la deriva y seguimos creyendo en los responsables de la debacle sistémica que nos han llevado al abismo en el que nos encontramos.
Fernando Savater, filósofo español, escribía en su cuenta de Twitter esta semana que: “Te acusan por decir cosas contrarias a las que decías hace años sin reparar en que eres un ser pensante. Les da igual que durante ese tiempo has vivido, has leído libros, has viajado, has conocido gente distinta. Las personas que no cambian nunca, que pasan por la vida sin cambiar y que presumen de que piensan lo mismo que cuando tenían 18 años, en realidad no piensan, ni con 18 años ni ahora, se le metía una idea en la cabeza, como una mosca que se queda zumbando dentro, y la confunde con una idea. Pero era una simple mosca. Han perdido por completo el sentido racional de la política y lo han convertido en un asunto religioso”.
Situación que se confirma con la ironía que atraviesa hoy nuestro país en medio de las campañas políticas a los diferentes cargos de nominación popular; por ello se define como papel de los intelectuales la búsqueda de la verdad que guíe a las sociedades. Agustín de Hipona afirmaba: “La verdad es como un león; no tienes que defenderla. Déjala suelta, se defenderá a sí misma”.
Paul-Michel Foucault describía en su texto “Un diálogo sobre el poder” que “el problema político esencial para el intelectual no es criticar los contenidos ideológicos que estarían ligados a la ciencia o hacer lo preciso para que la práctica científica esté acompañada por una ideología justa. Si no saber si es posible constituir una nueva política de la verdad. El problema no es cambiar la consciencia de la gente o lo que tienen en la cabeza, sino el régimen político, económico e institucional de producción de verdad”; transformar la sociedad circundante, ser hombres y mujeres cultos.
Por ello el filósofo alemán Gadamer nos alienta diciendo: “Somos seres libres y podemos pensar como tal, la ciencia así lo ha confirmado, la realidad es buscar sobre todas las cosas, las posibilidades del saber”. En otras palabras, mantenernos atentos, vigilantes, no manipulables, ¡despertar!