Los griegos veían en la vida colectiva la razón de su existencia. En ese sentido, el ‘zoon politikon’ o animal político de Aristóteles no era más que el hombre comprometido socialmente, con respeto absoluto por su ciudad o ‘polis’. Pensaba que, quienes eran incapaces de vivir correctamente en sociedad, negaban su naturaleza, siendo bestias o creyéndose dioses. En tiempos modernos, la antítesis de ese planteamiento se manifiesta en el individualismo extremo, que prolifera en Cúcuta, y que lleva a la perversa sentencia de ‘hago lo que me da la gana’.
En cualquier ciudad, la carencia de sentido de pertenencia de sus habitantes impide el progreso colectivo y la prosperidad general, erosionando por completo la solidaridad social y la cultura ciudadana. Las normas no se cumplen y desaparecen. ¿Qué pasó en Cúcuta, sobre todo si evocamos épocas en las que el amor por la ciudad se ejercitaba a diario por sus hijos?
Todo se explica por el mal gobierno y la permisividad progresiva hacia el desorden y la indisciplina social de las últimas décadas. En Cúcuta, el mal ejemplo, no es solamente porque las autoridades hayan sido demasiado permisivas, sino también porque han sido abusivas, alimentando sus intereses o, mejor, contrariando la ley y el sentido público. La prueba es simple: tres recientes exalcaldes condenados. ¿Cómo exigirle al resto de los habitantes, nacidos o no nacidos en Cúcuta, una conducta de amor por la ciudad y compromiso con la ley, cuando el mal ejemplo deriva del poder municipal?
La crisis, aunque parece tocar fondo, solo se superará en la medida en que los cucuteños reaccionemos. Construir sentido de pertenencia es todo un proceso en el cual convergen el liderazgo municipal y su transparencia, la educación con persuasión, y la multiplicación de situaciones que, mediante un buen tejido comunitario, generen orgullo por la tierra.
Será necesario trabajar muchas áreas de manera simultánea, ligando arraigo e historia de la ciudad en lo político, económico y social. Aquí nacieron Santander y la Gran Colombia, aquí ganó Bolívar en febrero de 1813, y aquí se batieron nuestros antepasados en diferentes contiendas civiles, a juzgar por el terrible sitio de Cúcuta en la guerra de los Mil Días; aquí vivimos un espantoso terremoto, y los sobrevivientes mostraron grandeza reconstruyendo una ciudad que, como el Ave Fénix, revivió de las cenizas. Así también, se desarrolló la vocación comercial de la ciudad, impulsada por olas migratorias europeas cuando apenas despuntaba el libre cambio, para convertir esta frontera en la más dinámica de América Latina.
Pero, además, están el periodismo, las artes y las letras, porque hemos tenido pintores, músicos y escritores maravillosos. Baste recordar los cuadros de Salvador Moreno, o las melodías de Roberto Irwin y Elías Mauricio Soto, quienes nos regalaron las brisas del Pamplonita en 1894, o la vigente orquesta de Manuel Alvarado, con la que aprendimos a bailar. Y qué decir de la poesía, esa divina música del alma, que fluía en la pluma de Dorila Antomarchi, cuya obra traspasó las fronteras hacia 1885; y de los poemas recientes, como ‘El frutero del día’, de Jorge Gaitán Durán; ‘La amada infiel’, de Miguel Méndez Camacho; ‘Un canto a la Exora’, de Laura Cuberos de Ochoa; o, ‘El Cují’, de Rafael Eduardo Ángel Mogollón. Con estos versos, podemos hacer hermosas esculturas en nuestros parques y avenidas.
En cualquier lado, encontramos decenas de cosas para recuperar, que generan orgullo y sentido de pertenencia. La historia del Cúcuta Deportivo, próximo a cumplir 100 años, es extraordinaria; como también la del basquetbol, que ha sido motivo de regocijo y grandeza; y, la del tenis, con Fabiola Zuluaga y María Camila Osorio; en fin, nos vamos por un pastel de garbanzo, un mojicón, un cabrito, un mute, un cortado de leche de cabra, o un arrastrado.
¡Todo está por hacer para reconstruir pertenencia en la ciudad que amamos!
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