Debemos enfrentar la realidad y entender que los hechos, como decían los abuelos, son tozudos. Es decir, tercos, obstinados, insistentes.
En nuestros días, para bien y para mal -depende del uso y credibilidad que les demos-, una realidad incontrastable y actuante está constituida por las redes sociales, que son posibles gracias a los importantes avances de la tecnología y que han modificado irreversiblemente las comunicaciones. Si bien no son medios de comunicación en el sentido estricto, como lo puede ser una estación radial, un canal de televisión o un periódico, indudablemente son, en la actualidad, instrumentos a los que pueden acceder muchas personas, en ejercicio de su libertad, para expresarse, comunicarse entre ellas, informarse e informar.
En las redes sociales se encuentra de todo. Lo que se nos ofrece en ellas es de una enorme diversidad. Hay cosas buenas, muy buenas, regulares, malas y muy malas. Si entramos en ellas, como lo está haciendo la mayoría, debemos entender que es así, aprender a distinguir, recibir lo bueno, rechazar lo malo y contribuir a erradicar las malas prácticas y el uso indebido de sus posibilidades.
Para tales efectos, lo primero es el autocontrol. Si ingresamos a una red social, debemos asumirlo en el entendido básico de toda convivencia: con seriedad, con responsabilidad, con ética, con apego a la legalidad y con respeto a los demás. Si no quiero que me ofendan, engañen, desinformen o calumnien en las redes sociales, no debo hacer uso de ellas para ofender, engañar, desinformar, ni calumniar.
Lo segundo es, en cuanto a los contenidos de lo que aparece en las redes, consiste en la cuidadosa desconfianza, sin perjuicio de la buena fe. No se puede creer en todo, ni conviene estar compartiendo cuanto llega, sin verificarlo. Tampoco suponer que todo es falso o engañoso. Verificar, confirmar, confrontar, comparar.
Debemos seleccionar. Partir de la desconfianza cuando se trata de personas que no se identifican. Quien se oculta tras un apodo, y no da su nombre -como ocurre con muchos integrantes de las llamadas “bodegas”-, lo hace para no responder. No da la cara, y eso nos llama a desconfiar.
Quien escribe estas líneas tiene fe, pero en Dios, no en todo lo que aparece en las redes sociales. Una vez dentro de ellas, el mejor consejero es Santo Tomás. Hasta no verificar y confrontar, no creer. Y no reproducir ni compartir aquello de lo cual no se está seguro.
De la mayor trascendencia: el respeto a los derechos, tanto los fundamentales como los colectivos. Entre los primeros, a título de ejemplo: la presunción de inocencia y el debido proceso. Las redes sociales no pueden sustituir a los jueces, ni desconocer -tan descaradamente como está ocurriendo- la honra, el buen nombre, el prestigio y el reconocimiento social de una persona, presentándola como delincuente, sin haber sido condenada. La calumnia y la injuria siguen siendo delitos. Tampoco son aceptables el racismo, la discriminación, el clasismo, la ofensa. Y mucho cuidado con los derechos de los niños, con su imagen, con su inocencia, con su sensibilidad.
En cuanto a derechos colectivos, la información veraz y objetiva. A título de ejemplo: el pánico económico sigue siendo delito.