Por estos días en los que se recuerda hace más de 2.000 mil años lo que fue el viacrucis de Jesucristo, su camino hasta llegar a la crucifixión y sepultura, en este año en Cúcuta asistimos es al viacrucis del alimento de más de 70 mil niños que estudian en los colegios, y tres meses después de haber comenzado el año aún no se les garantiza su alimentación.
Niños estudiando con hambre. Colombia es un país en el que la inoperancia del Estado es manifiesta, es palpable después de más de 200 años de existencia, y para ello no es sino ver las imágenes trágicas de las casas que se las lleva el invierno de estos días, y ni para que hablar de las varias EPS que se liquidan día a día, o la paz que como se escribiera en ‘Cien años de soledad’, tuvo una segunda oportunidad con la constitución del 91, y la ONU señalaba esta semana que desde la firma del Acuerdo de Paz en 2016, el mes pasado ha sido el más violento. Es decir, muchas cosas no funcionan.
Colombia es un país en el que lamentablemente hay muchas mafias, pero de las peores, de las que más daño hacen, son las del PAE, las que tratan de quedarse con los alimentos de los niños. Aquí en el país se volvió común ver las noticias en las que se denuncian que los alimentos de los colegios están en altos niveles de descomposición. En esto estamos tan mal en el país que desde hace años existe una realidad en las cárceles, como si en el código penal estuviere escrito que al preso, además de la condena que le imponen, le deben dar alimentos en descomposición, y ahora es con los niños que van a los colegios. Es decir, Colombia es uno de los pocos países en el mundo en el que a los niños, a nivel de alimentación, los equiparamos a los presos.
Hasta ahí entiendo al alcalde, quien con sobradas razones no ha permitido que se le adjudique el PAE a los mismos de siempre. El tema está, como lo ha denunciado el editorial de este periódico, es que se han presentado otros oferentes decentes, y una “mafia oscura” y poderosa, los ha intimidado para evitar que se conviertan en los nuevos prestadores del servicio, y ahí se agrava el problema: más de 70 mil estudiantes en los colegios de Cúcuta no se alimentan, y viene el drama para la familia y para los padres quienes muy probablemente desempleados y sin recursos, se les ha convertido en una angustia el día a día al ver que su hijo va al colegio, no ha aprender y tener una experiencia feliz, sino a aguantar hambre y pasar un mal día. El tema es tan delicado que hasta la Secretaria de Educación renunció porque no se siente con las garantías suficientes.
Y en ese viacrucis del PAE, los niños sin alimentación, a nivel de contratación estatal pregunto, sin desde luego conocer documento alguno, ¿por qué la alcaldía no ha declarado la urgencia manifiesta ante semejante calamidad? ¿Acaso estamos esperando a que como sucedió en Cartagena hace un par de meses, en donde otra mafia “le proporcionaba alimentación a los niños”, y varios de ellos terminaron hospitalizados por intoxicación? ¿Eso es lo que estamos esperando que suceda aquí en Cúcuta? Quiénes son los abogados que asesoran al alcalde que no han logrado en tres meses solucionar este impase?
Y una nota sobre los niños que la pasan mal: en 1945 los filósofos franceses Simone de Beauvoir y Sartre salen por las calles de París y se enteran de los horrores de la guerra, y escribieron una obra de teatro que se llamó ‘Las bocas inútiles’, recordando un episodio en que un país tuvo que escoger entre alimentar los soldados para seguir la guerra o los niños. Prefirieron seguir la guerra. Los niños aquí no son bocas inútiles.