Es cierto que hasta 1991 gobernó a Colombia una casta política que, en términos generales, se preparó para ello, principalmente a nivel nacional, y estaban compactadas en el bipartidismo entonces reinante: liberalismo y conservatismo.
Esa élite gobernante era objeto de despiadados ataques por parte de las viudas del poder –ubicadas dentro de las mismas huestes gobiernistas como en la oposición ideológica- hasta que en la fecha indicada vino todo el proceso de la séptima papeleta y la “nueva” Constitución que se le otorgó a Colombia.
Esta Carta política consagró una serie de normas que ampliaron la participación política en Colombia, digo ampliaron porque la elección popular de alcaldes se aprobó en 1886 y los primeros elegidos lo fueron en los comicios del 13 de marzo de 1988, quebrándole una vértebra al Estado centralista y dando como resultado que los congresistas perdieran la facultad de “asomar” nombres de personas prestantes para ocupar importantes destinos como la alcaldía y la gobernación y todo lo que ello implica.
Se pasó, entonces, a una distinción que muchas personas hacen y no sé qué tan exacta sea: alcaldes políticos hasta 1991, y luego, alcaldes populares.
Si nos atenemos a esta distinción tenemos que a la primera categoría pertenecieron gobernadores como Eduardo Cote Lamus, Argelino Durán Quintero, María Carmenza Arenas Abello, Alfredo Yáñez Carvajal, Cayetano Morelli Lázaro, León Colmenares Baptista, Eduardo Assaf Elcure y Antonio José Lizarazo Ocampo, entre otros.
Aunque no hay que desconocer que luego de 1991 ha habido gobernadores por elección popular excelentes y prestantes como Álvaro Salgar Villamizar, Sergio Entrena López y Jorge Alberto García-Herreros Cabrera, para solo citar hasta el año 2000.
Pero son la mayoría de los municipios los que más “han llevado del bulto” con gobernantes para los cuales ni la Constitución ni el régimen municipal exigen requisitos del intelecto. Ninguna exigencia respecto a estudios superiores en una época en que no se puede desconocer que la inclusión educativa ha tenido gran cobertura. Es la herencia que nos dejó el presidente César Gaviria Trujillo y sus socios del M-19, pues con esta supuesta apertura política elegimos reyesitos o reyezuelos que no se asesoran, se pasean campantes y orondos por el estatuto penal y realmente se creen soberanos.
Alguna vez el excanciller Alfredo Vásquez Carrizosa decía que la actual explosión de partiditos y movimientos políticos solo creaba caos y atraso para la Nación, porque no formaban sus cuadros, como lo hizo el bipartidismo y eso se refleja actualmente en el deterioro de nuestra élite gobernante. Un bipartidismo fuerte, como el de Gran Bretaña, e incluso relativo como el de España, trae formación, seguridad y equilibrio.
¿Qué es mejor para la Nación: una apertura política amplia en detrimento de la calidad de su clase gobernante o una apertura restringida con gobernantes preparados y capaces?