Ross Douthat  en su columna de opinión en el New York Times decía que ahora creer en Dios es más plausible que nunca, a pesar de los avances científicos de los últimos 500 años que han demostrado que muchas creencias ligadas a la ortodoxia de la Iglesia, han sido erróneas. Pero el hombre necesita creer para poderse explicar las incógnitas más profundas que aún andan en busca de solución: ¿De dónde venimos?, ¿para qué fuimos creados? o ¿cuál es nuestro papel en el universo? 

Hace unos años estuve en un foro sobre la creación del universo en la Universidad Javeriana en el que hablaron un teólogo y  un famoso astrofísico colombiano. Nunca se me olvidará la manera como comenzó su intervención el teólogo: “Yo hablo desde la fe, pero respeto los hechos que nos presentará el astrofísico; porque una cosa es la fe y otra la ciencia.” 

Hoy cuando nos estamos matando por pertenecer a un “ismo”, sin entender siquiera lo que ese “ismo” representa y volvimos a la barbarie cuando el haber nacido en una familia o un  pueblo conservador o liberal  podía determinar la propia supervivencia, es necesario volver a tener fe en principios fundamentales como creer en los mandamientos que obligan a todos, independientemente de su etnia, clan, familia o grupo político, a no matar, a respetar a los mayores, a no robar y a no destruir por destruir, como base misma de una sociedad en paz.  

Si bien la Constitución nos define como un Estado laico, esto no puede querer decir que los principios fundamentales no se le enseñen a los niños y a los jóvenes en las escuelas. Los principios básicos no pertenecen a ninguna religión, etnia o nación y no podemos aceptar que no se enseñan como parte de la ética nacional, que tampoco se puede considerar como ligada a la religión.

Los principios fundamentales se encuentran claramente especificados en el Código de Hammurabi (Ca. 1772 AC) que es un conjunto de 282 leyes escritas en una piedra coronada por la imagen de Dios entregándoselas a Hammurabi.  Eran un conjunto de leyes, cada una de las cuales era seguida del castigo que se infringía si se transgredía y que aseguraban la paz social basada en una justicia retributiva. De allí pasan a la Ley mosaica en la que Dios entregó a Moisés diez leyes inscritas en tabletas de piedra. Son principios universales que consagran la paz en la sociedad, comenzando por el respeto a los padres y mayores, el precepto fundamental de la sacralidad de la vida con la prohibición absoluta de matar, el respeto por la propiedad propia y la de los demás y la importancia de decir siempre la verdad independientemente de sus consecuencias.

Otro documento que trasciende el tiempo es el Juramento Hipocrático que ha sobrevivido varios milenios sin que sus principios básicos para el ejercicio de la medicina hayan cambiado: la compasión por el enfermo, la sacralidad de la vida y su conservación, el respeto por los mayores y por los maestros y el servicio por encima de la retribución económica.

Creo que uno de los grandes problemas que están en la base del caos en el que vivimos es la decisión de algún ministro de Educación que decidió suprimir del currículum escolar los principios básicos de urbanidad que gobierna el comportamiento social que nos enseñaba Carreño; las planas de  caligrafía que nos permitían escribir en forma legible; la historia que da contexto a nuestra realidad; la geografía que nos permite entender nuestras relaciones con nuestros conciudadanos y con el mundo y ciertamente, los principios básicos de convivencia que se encuentran en los Diez Mandamientos. 

Si queremos tener un país próspero y en paz, debemos volver a enseñar, vivir y tener fe en esos principios.

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