A veces me asaltan algunas preocupaciones legítimas sobre la “naturaleza” humana, en este caso el maridaje perverso entre envidia y mediocridad que corroe la sociedad, las instituciones y todo tipo de relaciones sociales. José Ingenieros desarrolla una exposición magistral en su obra El Hombre Mediocre, en un capítulo intitulado la Envidia dice lo siguiente: “La envidia es una adoración de los hombres por las sombras, del mérito por la mediocridad. Es el rubor de la mejilla sonoramente abofeteada por la gloria ajena. Es el grillete que arrastran los fracasados. Es el acíbar que paladean los impotentes. Es un venenoso humor que emana de las heridas abiertas por el desengaño de la insignificancia propia. Por sus horcas caudinas pasan, tarde o temprano, los que viven esclavos de la vanidad: desfilan lívidos de angustia, torvos, avergonzados de su propia tristura, sin sospechar que su ladrido envuelve una consagración inequívoca del mérito ajeno. La inextinguible hostilidad de los necios fue siempre el pedestal de un monumento.” Esta descripción suele estar impregnada en todas partes, suele ser un común denominador que mide el calibre moral de los poseedores de tan nefastas “cualidades” que albergan en su corazón el binomio alucinante de envidia y mediocridad.
Dentro del análisis de Ingenieros se menciona la incapacidad del mediocre por reconocer que es envidioso, pues implicaría según él declararse “inferior” al envidiado. Por otra parte, aunque suele la envidia estar relacionada con el odio, son diferentes, “El odio es rectilíneo y no teme la verdad: la envidia es torcida y trabaja la mentira. Envidiando se sufre más que odiando”, y así el accionar tendencioso y agazapado del envidioso enfila energías contra su antítesis “comprenden que sólo pueden permanecer en la cumbre impidiendo que otros lleguen hasta ellos y los descubran. La envidia es una defensa de las sombras contra los hombres”, es en últimas la búsqueda desesperada de no develar su miseria.
Creo que hay cierto nivel de mitomanía del envidioso, quien cree sus mentiras y se ve a sí mismo como un “buen ser humano” y al envidado como la representación del “mal”, esto quiere decir, el “otro” refleja todos mis miedos (también las ambiciones) y en su economía síquica, crea mecanismos de justificación de sus acciones contra ese “otro”. Ingenieros habla de dos tipos de envidiosos, uno pasivo que es “de cepa servil” y además “persigue al mérito hasta dentro de su tumba. Es serio, por incapacidad de reírse; le atormenta la alegría de los satisfechos”; y está el activo que “posee una elocuencia intrépida, disimulando con niágaras de palabras su estiptiquez de ideas” y “siembra la intriga entre sus propios cómplices y, llegado el caso, los traiciona”, este envidioso también se caracteriza por hipócrita y cobarde, y por ende su incapacidad de asumir las consecuencias de sus acciones.
Estas descripciones tienen sus representaciones concretas, tanto en los espacios cotidianos, hasta los más elevados (donde supuestamente impera la razón, el argumento y el mérito), hombres con un puñado de poder que llevan al fracaso la sociedad y las instituciones. Estos personajes enmohecidos por la envidia y la mediocridad pululan, dicen preferir a los “buenos” (ellos) y no los que tienen argumentos (los otros), y así en el reino de sus mentiras apoltronados en la levedad del cinismo serán incapaces de ver su desdicha