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¿Es la violencia característica genética del hombre?
Parecería que tenemos que llegar a la conclusión de que la prohibición de matar se refiere sólo a los miembros del clan.
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Viernes, 27 de Septiembre de 2019

En una columna anterior me preguntaba: ¿Es el hombre violento por naturaleza?, ¿quiere esto decir que la violencia es una característica genética que se puede transmitir de generación en generación? 

Los últimos hallazgos acerca de cómo nuestros primos, los neandertales, pudieron vivir pacíficamente entre sí y en relación con la naturaleza durante más de 250.000 años, pero fueron extinguidos por la violencia del hombre, Homo sapiens, en un lapso de apenas 50 mil años parecería corroborar la idea de que el hombre tiene genes que lo predisponen hacia la violencia.

Es quizás esta la razón por la cual Moisés, el gran legislador y precursor de las tres religiones monoteístas que actualmente existen en el mundo, recibió de Dios las tablas de la ley en las cuales claramente se consignaba la prohibición de matar como base de la convivencia. ¿Será que al quebrar Moisés las tablas de la ley en un momento de ira, al ver cómo el pueblo volvía a sus costumbres anteriores, también quebró la prohibición? o ¿será más bien que no matar no era un principio absoluto?

Reflexionando sobre la historia de los descendientes de Abraham, y de aquellos que sin serlo, adhirieron a esa religión transformada en una esperanza de redención y justicia por el mandato divino que trajo Jesús cuando dijo  “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros”, pienso que nos prohibió de nuevo matar, porque no se mata a quienes queremos.

Pero, ¿será que, como decía Oscar Wilde en su Balada de la cárcel de Reading: “cada hombre mata lo que ama/ Los unos matan con su odio/ Los otros con palabras blandas”, el hombre de nuevo se apartó del mandato? Y cuando Mahoma recibe del arcángel su nueva ley condensada en el Corán, ¿no es Allah, el que ordena no matar, “excepto por derecho”? ¿Por qué, entonces, se matan entre hermanos que creen en el mismo Dios y entre fieles de diferentes religiones en nombre del mismo Dios como en el caso, por ejemplo, de las cruzadas o en el del actual Estado Islámico?

Reflexionando sobre estos hechos históricos y miles más, parecería que tenemos que llegar a la conclusión de que la prohibición de matar se refiere sólo a los miembros del clan, de la tribu, del partido, de la nación y no aplica a los miembros de otros clanes o naciones a quienes es legítimo matar.

Parecería, entonces, que el mandato divino lo convirtió el hombre en inocuo y es necesario que los mismos hombres lleguen a un acuerdo para poder vivir en armonía sin la continua asechanza de la muerte por parte de enemigos desconocidos pero pertenecientes a otra etnia, a otra tribu, a otra nación. 

La Declaración de los Derechos Humanos de la ONU es precisamente un intento por hacer que los hombres entiendan la sacralidad y la inviolabilidad de la vida como el primero y más importante derecho de cualquier persona y que éste sea aceptado por los gobiernos dentro de los confines de sus fronteras, sin que esto impida que continúen las guerras entre facciones religiosas o políticas.

Nuestra constitución consagra el derecho a la vida como el derecho fundamental de todo colombiano y exige que el Gobierno la proteja y la garantice. Y es aquí cuando desde los claustros universitarios no se entiende cómo puede ser posible la violencia premeditada y claramente orquestada contra los candidatos a cargos públicos en un Estado Social de Derecho.

La muerte de tres candidatos a alcalde y la de muchos a corporaciones de diferentes partidos políticos, nos dejan absolutamente perplejos y muestra la total indefensión del ciudadano ante una bien planeada operación con sicarios para quienes la vida humana vale tanto como el mísero pago que reciben de los autores intelectuales de los asesinatos.

¿Será que quienes ordenan la muerte de adversarios políticos creen que están no solamente en su derecho o, inclusive, llevando a cabo una misión divina porque su dogmatismo se ha convertido en su propia religión personal? o ¿será que no reconocen el derecho a la vida que es fundamental a quienes ellos creen que son sus enemigos políticos, cuando sólo son adversarios, pero que sólo reconocen a los miembros de su grupo de fanáticos? Son preguntas que claman por una respuesta.

Desde todas partes del tejido social se le pide al Gobierno parar estas  muertes programadas y se le acusa de inefectividad. Pero, claramente no es el Gobierno el que pueda detener la violencia. Eso sólo lo pueden hacer los líderes de los distintos grupos para quienes la vida de quien no hace parte del suyo, no tiene ningún valor.

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