Seguía de cerca la elección de la magistrada de la Corte Constitucional, Dra. Diana Fajardo Rivera, pues tuve la fortuna de iniciar mi vida profesional en el Ministerio de Gobierno (hoy del Interior) en el año 1993, junto a dos excelentes y brillantes mujeres, inicialmente con Oliva Cotrino de Varón (madre del senador Germán Varón Cotrino) y posteriormente con Diana Fajardo Rivera, a quien acompañé en la Oficina Jurídica y posteriormente en la Secretaría General. Sea esta la oportunidad para reconocer que esta elección es un justo premio a una vida de servicio profesional con abnegación y sacrificio. La Dra. Diana Fajardo Rivera tiene las cualidades personales y calidades intelectuales necesarias para estar en el ejercicio de la dignidad con la que Dios le honra. Sin embargo, en los vericuetos propios de este tipo de elecciones, donde los intereses personales pululan, de lado y lado, pasó algo que rompió el molde y que me dejó estupefacto por lo bajo que llegó a ser el espectáculo dado por el Subsecretario del Senado, Dr. Saúl Cruz. Un equipo periodístico de Noticias Uno que hacía el seguimiento, seguramente informado por algunas actuaciones particulares de este funcionario, decidió seguirle la pista en lo que parecía ser una intromisión indebida en el proceso de elección, mediante un lobby con los senadores dada la posición que ocupa, con el objeto de favorecer algún candidato ternado. Lo cierto es que cuando se desplazaba hacia el baño, observando que le seguía la cámara, decide al mejor estilo de un toro bravo, envestir la cámara con su cara y simular una agresión por parte del equipo periodístico, corriendo a ponerlo en conocimiento de la policía para que arrestaran al camarógrafo. No conforme con lo anterior, cuando salía del baño y viendo que aún el camarógrafo estaba esperándole, se avalancha sobre él con mas fuerza para que su rostro quedase algo golpeado y montar una treta con la que logró que los ánimos caldeados de los senadores enfilaran sus saetas impregnadas del veneno propio del rencor guardado por algo que no les gustó y hoy se les daba la oportunidad de disfrutar la miel de la venganza. ¡Que dantesco! espectáculo en el recinto del Senado, ¡qué triste! y ¡qué diciente! de lo que significa la doble moral de un país que pide a gritos un relevo generacional. Del Congreso se dice y sabe de todo, pero esto es la tapa de la olleta. Un dignatario de esas calidades, fingiendo una agresión e induciendo al error a sus superiores no es digno de estar en ese lugar. Si algo le queda de cordura, debería renunciar. Los senadores timados, no concedieron el beneficio de la duda, no tuvieron la prudencia de escuchar la versión de la contraparte y, en un juzgamiento sumario condenaron al equipo periodístico, con epitomes de todos los calibres, pero lo que es peor, lesionaron y mancillaron soterradamente la libertad de prensa, gracias a la artimaña repentina de alguien que no sabemos con que frecuencia hace este tipo de cosas. Ganó la doctora Diana Fajardo Rivera, pero perdió el país al dejar al descubierto lo que pasa en un Congreso digno no de admiración, sino de vergüenza. Por eso los medios titularon “falso positivo en el Congreso de la República”. La administración pública merece hombres y mujeres probos que dignifiquen el quehacer de lo público y engrandezcan la nación con su servicio, como las mujeres que conocí y hoy recuerdo con cariño. Es inaceptable desde cualquier punto de vista el lamentable espectáculo en el Congreso que exige como mínimo una disculpa al medio de comunicación, la presa y al país entero.
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