El presidente Duque afirmaba en su discurso de inauguración del Foro Educativo Nacional 2019 que es a través de la educación como se construye la equidad. En esto estamos totalmente de acuerdo. Con un índice de Gini de 49,7 que indica que Colombia es uno de los países donde hay mayor inequidad, una pobreza multidimensional de 19,6% para 2018 y una tasa nacional de desempleo de 10,2% y 16,5% para Cúcuta, nuestra única esperanza para salir de este problema estructural de la sociedad colombiana es la educación en todos sus niveles.
Pero la educación requiere de buenos profesores. Decía Duque en su discurso: “Un buen profesor deja enseñanzas para siempre. Un buen profesor conecta el ímpetu y la avidez de conocimiento con las fuentes, y le detona al niño o a la niña la capacidad de saber buscar permanentemente las respuestas a los problemas sociales. El buen profesor es el que le busca al estudiante motivar su curiosidad. Aquel que también lo nutre de seguridad para entender que en el proceso educativo hay equivocaciones y que es muchas veces en la prueba ensayo-error como se forman los mejores talentos.”
Pero formar ese profesor requiere un compromiso del Estado, así que Duque continuó diciendo que para formar a ese buen profesor va a “habilitar también para los docentes el acceso a maestrías, especializaciones y doctorados”.
Si bien es cierto que el ser profesor es una vocación y no simplemente un puesto de trabajo, también es cierto que para ser excelente como maestro debe capacitarse cada día y aprovechar todas las experiencias en el aula para mejorar su desempeño y lograr que el niño, el joven y el adulto se enamoren del conocimiento y la investigación.
Es papel de la universidad formar a los profesores no solamente a nivel profesional sino ofreciéndoles especializaciones, maestrías y doctorados. Pero debe quedar claro que estos no son programas en ciclos propedéuticos sino que cada nivel tiene un propósito y, por consiguiente, un proceso propio y característico de dicho nivel.
Las especializaciones y las maestrías van dándole herramientas específicas al estudiante-profesor para aplicar modelos exitosos y comprobados a nivel nacional y mundial. No quiere decir esto que los profesores que solo han completado su licenciatura no sean buenos maestros. De hecho, egresados de las escuelas normales superiores se han distinguido por su amor a la profesión de educadores, que ha hecho de ellos verdaderos maestros.
Enhorabuena que en su discurso el presidente Duque lo reconoce. Pero, si bien es cierto que las licenciaturas dan los elementos necesarios para el desarrollo de su vocación como maestro, es con el posgrado con el que el profesor profundiza esos conocimientos y encuentra nuevas formas de asumir ese delicado y amoroso empeño: conducir a niños y jóvenes al amor del conocimiento que les permita el aprendizaje autónomo durante toda la vida.
Eso lo reconoce el escalafón del magisterio que, dentro de unos salarios bajísimos para el compromiso adquirido por el maestro, de alguna forma reconocen económicamente la obtención de títulos de posgrado. ¡Qué lejos estamos de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD) a los que queremos parecernos y donde a sus maestros se les pagan salarios que pueden estar por encima de los de otras profesiones!
Pero, el doctorado es una etapa superior que se diferencia de las especializaciones y maestrías porque es, más que un programa, una escuela de pensamiento que se debe convertir en el faro que ilumine todas las acciones de una sociedad para encontrar la excelencia en sus procesos y en sus resultados. El doctorado es una búsqueda individual del doctorando para resolver un problema que desde un contexto local tenga un impacto real en el conocimiento mundial.
Una tesis doctoral debe mover un poquito, siquiera, la frontera del conocimiento universal. El doctorado es proveer soluciones novedosas propias a problemas propios que pueden ser apropiados en contextos diferentes al nuestro. Pero, mientras en el resto del país se ofrecen 335 doctorados en todas las áreas del conocimiento, en Norte de Santander sólo hay dos de la Universidad de Pamplona y ninguno en educación.
La Universidad Simón Bolívar, acreditada institucionalmente, ofrece cinco programas de doctorado, actualmente todos en su sede de Barranquilla. Creo que es el momento de extender esos programas a su sede de Cúcuta, comenzando por el de Ciencias de la Educación que ya lleva siete años en funcionamiento. Tenemos todas las condiciones necesarias. Esta será una nueva contribución a un Norte de Santander pujante y en desarrollo socioeconómico siempre creciente.