Me parece algo incomprensible para quienes no somos politólogos ni economistas, sino ciudadanos del común, lo que está pasando en Chile.
Regresábamos mi señora y yo el pasado viernes 18 de Mendoza (Argentina) a Santiago (Chile) y nos encontramos una ciudad en caos.
Del aeropuerto al hotel veníamos rápidamente por la autopista oyendo que había cacerolazos y trancones hasta salir a cinco cuadras de nuestro hotel en una céntrica parte de la ciudad y nos encontramos con un trancón en el que el taxi demoró casi una hora para moverse tres cuadras hasta llegar a nuestro alojamiento.
Al ingresar al vestíbulo del hotel nos encontramos con imágenes de televisión en las que se mostraba el extremo vandalismo que había ocurrido ese mismo día con un número mayor de 40 estaciones del metro vandalizadas y muchas completamente destruidas, los torniquetes por el suelo y las máquinas para validación de las tarjetas arrancadas de sus bases.
Autobuses ardiendo, así como un furgón de carabineros en llamas, mientras se veía el edificio de la compañía eléctrica incendiándose. Preguntándole a los santiaguinos qué estaba ocurriendo y a qué se debía esta manifestación masiva de furia popular que en ese momento ya se estaba amainando, nos dijeron que la protesta había comenzado para rechazar el aumento de 30 pesos en las tarifas del metro, pero que simplemente esta era la gota que rebosó la copa, y que era una protesta generalizada porque la política económica chilena había permitido incrementos continuos en el costo de la vida, particularmente para los jubilados y los empleados estatales, sin que hubieran subido sus mesadas.
A esto se añadía que ni la salud ni la educación son gratuitas para los chilenos, como ocurre en otros países de Latinoamérica, como en nuestra misma Colombia donde existen universidades y colegios públicos con costos bajos.
Pensamos que el sábado ya todo esto había pasado y había sido simplemente una manifestación de la cólera popular. Pero contrario a todas las predicciones nuevamente la violencia se apoderó particularmente de las áreas más pobres de Santiago, allí se quemaron varios autobuses, por lo cual los dueños del transporte público dejaron de prestarlo y esto intensificó la protesta porque solamente continuaron circulando automóviles privados y taxis.
La noche anterior el presidente Piñera decretó el Estado de Emergencia y militarizó la capital y su área metropolitana, y el sábado se aplicó el toque de queda a partir de las 10:00 p.m.
Nosotros fuimos muy afortunados porque llegamos temprano al aeropuerto y logramos llegar el domingo a Cúcuta, mientras que muchos otros vuelos fuera de Chile fueron cancelados.
Para quienes trabajamos en ciencias exactas la situación parece totalmente incomprensible. Apenas una semana antes habíamos disfrutado del paraíso económico chileno. Nos movimos por el metro, caminamos por diferentes áreas de la ciudad y no vimos sino gente alegre rebosando los supermercados y con acceso a cualquier tipo de mercadería, porque supuestamente no hay impuestos de importación.
Un amigo de Mendoza nos mostró electrodomésticos que en Argentina valen el doble y, de hecho, menos que en nuestros almacenes. Entonces ¿por qué?
Hace no más de tres semanas una situación parecida ocurrió en Ecuador. Pero el presidente pudo sentir el problema popular a tiempo y revocar las medidas que afectaban profundamente a la población más pobre.
Nuestros amigos nos decían que simplemente Piñera y su gabinete no entendieron el problema de la población que hace años recibe los mismos salarios y año tras año deben pagar costos adicionales e impuestos nuevos para sostener una economía ciertamente boyante y ejemplo hasta ahora para todo Latinoamérica.
Pasando la frontera, encontramos una situación similar en Argentina donde a pesar de los evidentes adelantos de las políticas económicas aceptadas y recomendadas por los organismos económicos multilaterales, el descontento también es muy importante, lo que prácticamente garantiza la elección de Alberto Fernández y Cristina Kirchner para el próximo período presidencial y una reversión de las políticas fiscales implementadas por Macri.
Quizás nosotros tenemos mejores pesos y contrapesos en nuestro Estado Social de Derecho y no lleguemos a esos extremos del descontento popular. Pero este sistema de pesos y contrapesos que nos puede salvar del caos se dará en la medida en que nosotros sepamos elegir bien a nuestros gobernantes y acabar con la corrupción en nuestras instituciones. Por eso es necesario salir mañana a votar bien y a conciencia para evitar que la indignación popular aseste un golpe mortal a la democracia.