Univocidad, según el Diccionario, significa “Cualidad o condición de unívoco”. Unívoco quiere decir, de acuerdo con la misma obra, aquello “que siempre tiene el mismo significado o la misma interpretación”. A diferencia de lo equívoco, lo que “puede entenderse o interpretarse de diversas maneras”, y que “promueve o dirige a equivocación”.
Los últimos gobiernos se han caracterizado por la falta de claridad y coherencia en sus exposiciones públicas, lo cual ha generado desorientación y frecuentes contradicciones y equívocos, nada convenientes para una eficiente gestión, ni para el logro armónico de los fines del Estado. Habla el presidente, el vicepresidente o vicepresidenta, los ministros, los asesores, los comisionados. Todos hablan, sobre todo. Se han dado casos en que un ministro corrige y rectifica a otro; y también los presidentes de la República han tenido que hacer lo propio.
No debe ocurrir. El país necesita tener certeza sobre las políticas del gobierno y acerca de las grandes decisiones. La administración, a su vez, debe merecer credibilidad y confianza por parte de los distintos sectores y de la población en general. Los medios de comunicación, para cumplir la función que les es propia, también requieren información clara y confiable sobre la diaria actividad gubernamental.
Si a ello añadimos que, hoy por hoy, cuanto dice un funcionario es multiplicado, criticado, deformado y hasta ridiculizado en las redes sociales, las contradicciones y las públicas discrepancias entre ministros y asesores causan un daño enorme, pues se da lugar a la desinformación e incluso a indeseables repercusiones en el campo monetario y en los mercados, que son tan sensibles.
Además, la descoordinación en el seno del Gobierno es contraria a la Constitución, cuyo artículo 115 señala cómo está conformado el Gobierno. La norma es precisa y definitiva: “El presidente de la República es jefe del Estado, jefe del Gobierno y suprema autoridad administrativa. El Gobierno Nacional está formado por el presidente de la República, los ministros del despacho y los directores de departamentos administrativos. El presidente y el ministro o director de Departamento correspondientes, en cada negocio particular, constituyen el Gobierno”. Nadie más. No se requiere ningún intermediario entre el presidente y tales funcionarios. La Constitución no prevé un jefe de gabinete, porque el jefe de gabinete es el presidente. Y no se requieren asesores que dupliquen las funciones de los ministros, convirtiendo la presidencia en una frondosa, inmanejable y costosa sede burocrática.
El presidente, además de jefe del Estado y suprema autoridad administrativa, es el jefe de Gobierno, y, por tanto, el llamado a trazar las grandes pautas, las políticas y la orientación de todo su equipo. Debe coordinar ese equipo, y para ello cuenta con mecanismos que en el pasado han sido muy eficaces: los consejos de ministros y los periódicos acuerdos del presidente con cada ministro y director de departamento administrativo, para tomar decisiones sobre lo que hayan de emprender o continuar en sus respectivos despachos.
Ojalá en el gobierno entrante se eviten perjudiciales prácticas descritas. Que el gabinete -bajo la conducción del presidente, sin más jefes-, se ponga de acuerdo a nivel interno, y que haya una voz autorizada que, en las distintas materias, transmita al país mensajes unívocos, serios, coherentes y claros.