El doctor Carlos Mario Estrada, director general del SENA, decía hace poco en su discurso de inauguración de los edificios de laboratorios nuevos de esa entidad, que dentro de cinco años las carreras hoy existentes podrían haber desaparecido y haber otras nuevas.
El SENA responderá a ese reto precisamente ofreciéndole a sus estudiantes a los 5 años de su egreso, la posibilidad de renovarse en una carrera nueva o de reorientar la suya para hacerla vigente. Estos mismos pronósticos los vienen haciendo en los Estados Unidos hace unas dos décadas para las carreras universitarias.
En 10 años habrá nuevas carreras en todas las áreas del conocimiento y habrán desaparecido muchas de las actuales.
La universidad norteamericana se está preparando para ello, mientras que nosotros seguimos con nuestra forma tradicional de carreras inmodificables, mantenidas celosamente como tal, por el así llamado Sistema Nacional de Aseguramiento de la Calidad que, con buenas intenciones, pero sin entender el nuevo contexto mundial, ha congelado hasta ahora toda posibilidad de cambio.
El Decreto 1330 de julio de 2019 podría comenzar a darnos la posibilidad de responder a los retos del siglo XXI y no seguir anclados al pasado.
Por otro lado, en la primera Tertulia Universitaria de la Universidad Nacional, decía su rectora, Dolly Montoya, que esa institución era una universidad humboldtiana, en contraposición a la universidad napoleónica, que parece ser el estándar de la universidad colombiana.
La diferencia entre las dos, es que la napoleónica está basada en facultades profesionales, muchas veces sin que haya posibilidad de interdisciplinariedad con carreras que se dan en las otras facultades. Por el contrario, la universidad humboldtiana se basa en departamentos disciplinares en los que se crea conocimiento que, eventualmente conjugado con la práctica profesional, forma al futuro egresado.
Decía la rectora que los programas actuales de la Universidad Nacional comienzan por un primer año de formación de un hombre culto, que sea capaz de entender su entorno, de conocer su historia para poder prever su futuro y capaz de entender el contexto en el que vive para tratar de modificarlo y buscar un mejor modelo de sociedad.
Este tipo de formación inicial, previa a la iniciación de los estudios profesionales, ya se trató en Colombia en la década de 1970 con los llamados estudios generales ofrecidos en las universidades del Valle y de Antioquia, que fracasaron porque implicaban un cambio abrupto de cultura tanto para los profesores como para los estudiantes y sus padres.
¡Bienvenido el hecho de que se hayan revivido en la Universidad Nacional!
Es una adaptación del sistema universitario norteamericano en el que, antes de entrar en las carreras profesionales, el estudiante debe obtener una formación general global interdisciplinaria en un programa de pregrado.
Es este sistema el que ha permitido que los Estados Unidos hayan podido llegar hasta la luna o que un médico, inicialmente graduado como matemático pudiera, en equipo con ingenieros, desarrollar la tomografía axial computarizada, método no invasivo que permite que hoy se puedan diagnosticar diferentes patologías que afectan a toda la humanidad.
Cuando algunos educadores supuestamente bien informados se preguntan ¿por qué una educación universitaria que, comparada con la colombiana parece muy deficiente, da resultados que ciertamente han cambiado inclusive de forma disruptiva y total la forma como la sociedad se comporta, como en el caso del internet y los celulares? La respuesta no es otra diferente a que nuestra universidad napoleónica no puede dar sino excelentes profesionales que manejan lo que sus contrapartes, menos bien formados, crean en Estados Unidos.
Obviamente no se trata en este momento de proponer un cambio en la educación colombiana para que sea igual o similar a la de los Estados Unidos. No es parte de nuestra cultura ni podría darse en el contexto colombiano. Pero sí es un llamado de atención a quienes deben orientar la educación a nivel universitario para prepararnos para el mundo del siglo XXI, desligando nuestra educación del siglo XX.
Las palabras de Estrada y de Montoya tienen muchísimos sentido y deberíamos tenerlas muy en cuenta para que nuestros egresados del SENA y de las universidades no solo tengan capacidades y herramientas para ganarse la vida, sino que, más allá de ellas, sean individuos éticos, idóneos en su profesión y fundamentalmente cultos, que entiendan su sociedad y puedan trabajar armónicamente con todos, luchando contra la polarización extrema que hoy nos está haciendo tanto daño, habiendo aprendido a distinguir entre la verdad y la pseudoverdad; el conocimiento y el pseudoconocimiento.