El Pacto por Colombia, Pacto por la Equidad tenía como uno de los 8 ejes transversales la ciencia, la tecnología y la innovación. Convertido en el plan de desarrollo presentado al Congreso hace poco por el Gobierno del presidente Duque, lo reduce al Artículo 85 en el que modifica el Artículo 2º de la Ley 1951 de 2019 que crea el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, sin dedicar un peso del presupuesto a su financiación. Si bien se trata de orientaciones clave y objetivos definidos que aparecen en la exposición de motivos y resumidos en dicha ley y no simplemente identificación de proyectos o programas de corto o mediano alcance, queda el sabor de que se aceptan los principios, pero los ministros de turno no le dedican presupuesto haciendo nugatorio las buenas intenciones. Pero seamos positivos y demos la bienvenida a la recién creada Misión Internacional de Sabios a los que el presidente Duque expresó: “Hoy nace, en el marco del Bicentenario, una nueva Misión de Sabios, excepcional, y que tiene como objetivo examinar lo que hemos sido, lo que somos y lo que tenemos que ser en materia de ciencia, tecnología e innovación”.
No nos ha faltado orientación, estudio y propuestas enjundiosas para desarrollar la ciencia en el país. ¡Que bueno que tratemos de nuevo! Pero que no se nos olviden los antecedentes. En Colombia: Al Filo de la Oportunidad, que incluye la maravillosa proclama del comisionado Gabriel García Márquez “Por un País al Alcance de los Niños”, la primera Misión de Sabios identificaba en 1994, entre otras, las siguientes causas de nuestro bajo desarrollo en ciencia y tecnología “1. Poco conocimiento y poca conciencia de la importancia del tema entre quienes toman las decisiones tanto en el sector público como en el privado. 2. Bajo nivel de inversión en ciencia y tecnología, particularmente en investigación y en formación de recursos humanos. 3. Deficiente educación formal, especialmente en lo referente a la enseñanza de la ciencia y la tecnología, y bajo nivel de capacitación de los docentes de esas áreas.” Se propusieron soluciones juiciosas que en estos últimos 24 años hubieran podido catapultarnos como país productor de conocimiento. Pero como decía Moisés Wasserman en su discurso de presentación de la nueva Misión de Sabios, “Llevamos mucho tiempo postergando lo importante por lo urgente; hasta que llegó el momento en que lo importante se volvió muy urgente… Ya todo el mundo reconoce que la riqueza principal de los pueblos es el conocimiento, no el subsuelo. El desarrollo no se mide con las reservas de oro en el banco central, sino con el potencial de la Nación para dar respuesta a retos y problemas, cada vez más complejos.” ¿Será que ahora sí, quienes toman decisiones se han dado cuenta de la importancia de la ciencia como motor de desarrollo?
Nuestro problema es entender, como lo he dicho en columnas anteriores, que la ciencia es ajena a la cultura hispanoamericana. Pero en un esfuerzo conjunto que entre las universidades, el gobierno y la sociedad podemos cambiar esa cultura. El premio nobel argentino en fisiología y medicina, Bernardo Houssay, afirmaba “no hay ciencia básica y ciencia aplicada sino ciencia básica por aplicar”. A nosotros nos ha faltado el construir la ciencia básica en nuestras universidades que debe ser aplicada por médicos, ingenieros y demás profesionales. La tecnología no es otra cosa que la ciencia aplicada para construir herramientas idóneas, útiles y eficientes para extender las capacidades físicas humanas y ampliar sus sentidos para afrontar y superar los problemas que se presentan en la vida real. Y la innovación no es otra cosa que mejorar procesos, herramientas, aparatos y utensilios para hacerlos cada vez más eficientes y fáciles de manejar. Pero tenemos que cuidarnos de que todo se reduzca a innovación. Si así lo hacemos, no estará lejano el día en el que, como lo proponen algunos líderes republicanos de los EE. UU., nos digan que las mejores universidades se miden ¡por la fortuna que han acumulado sus egresados!