¿Somos una comunidad indolente? Creo que sí. Desde 1960 cuando liquidamos nuestra almohada de soñar. En 1876 fuimos los cuartos en el país en comenzar a construir una línea férrea, después de Panamá, Cundinamarca y Barranquilla. Pero la primera y única en América Latina de carácter internacional. Además, de iniciativa privada; La de Tescua-Bochalema–El Raizón- La Donjuana- Carrillo- San Pedro -Cúcuta-Villa Rosario- Cúcuta – El Salado-Puerto Villamizar, que pusimos a funcionar en 1888 para liquidarlo sin ningún dolor en 1960.
Fueron 72 años de pujanza del ferrocarril, que ni las dos últimas guerras civiles ni las tomas arbitrarias de los gobiernos de turno pudieron doblegar. No fue sino llegar a manos municipales en 1953, para “empezarla” a agonizar. Desde entonces, como que nada nos duele. Como en la falsa teoría de los gallos de pelea.
En 1994, el Gobierno Nacional les puso sal a las nostalgias férreas y produjo la Resolución 013 de 1994 y convirtió en monumentos nacionales a las estaciones de El Salado, Alonsito, Patillales, Guayabal, Agua Blanca, La Arenosa, El Edén, La Esperanza, Alto viento y La Tigra. Digo que les puso sal a las nostalgias, porque hoy no conservamos ninguna estación férrea con tal calidad histórica, pues ni existen y si queda alguna, ni es monumento nacional, ni tan siquiera de propiedad pública. Nada nos duele.
Pero debería dolernos. Porque no es cierta y ha sido desmentida, la teoría de algunos veterinarios, que hay seres que no sienten dolor, como los gallos finos, según la cual, ellos segregan algunas sustancias químicas por su fisiología y su origen filogenético que les reduce el estrés y anulan el dolor durante el combate u otros animales durante la lidia que por reacciones neurohormonales, elevan el umbral del dolor.
Todo ser animal siente el dolor y más los racionales. Pero desde la liquidación del Ferrocarril de Cúcuta, que ha sido la hazaña empresarial privada más relevante de la región en todos los tiempos, al fin y al cabo, simbólicamente un ferrocarril es símbolo de conquista y desarrollo, aquí y en la ciudad nos anestesiamos y nada nos conmovió y hoy nada nos duele.
Sí, desde esa liquidación, llevamos sesenta años de indolencia. La apatía de pronto nos poseyó, nos llegó la flojera, la insensibilidad y la indiferencia. No luchamos ni por nosotros mismos.
Hay tres formas de ser indolentes según la RAE, el que no siente dolor, el que no se conmueve con nada y el holgazán. A veces uno piensa que en la región padecemos las tres acepciones de manera coetánea.
Dije que no luchamos ni por nosotros mismos. Por ejemplo, hoy se está masacrando laboralmente y en plena pandemia a los empleados en provisionalidad del municipio de Cúcuta. Los masacran e indolentemente ellos ni protestan ni demandan ni denuncian. Extrañamente no se defienden ni les duele.
Tampoco el Sindicato o los sindicatos, ni las Centrales Obreras ni el Ministerio del Trabajo- rey de burlas- que de oficio debe investigar.
Todos ellos saben que producir una resolución, decisión o dictamen contra la ley (artículo 14 Decreto 491/2020) es un prevaricato y no denuncian a los signatarios de esos actos administrativos, pues el 28 de marzo no había lista de elegibles.
Nadie denuncia o demanda ni a la Comisión del Servicio Civil por ese temor reverencial de los provincianos hacia los capitalinos. Nadie denuncia a los jueces de amparo constitucional que a sabiendas dilatan con fallos de primera instancia las tropelías, fallando contra el derecho y las pruebas, atenidos a la impugnación y a la siguiente instancia.
Aquí nada le duele a nadie. Ni siquiera a los victimizados. Como en la equivocada teoría de los gallos finos.
Adenda: Ver para creer decía López Michelsen.