La semana pasada, INVAMER publicó su encuesta bimensual para medir la favorabilidad y aprobación del Presidente, personajes públicos e instituciones del país. También muestra la opinión de los ciudadanos sobre las problemáticas actuales, leyes y propuestas de nuestros gobernantes. Se trata de una muestra del clima político que respiran los colombianos. Es muy grave el deterioro de la percepción que los ciudadanos tienen sobre las instituciones democráticas.
El presidente de la República tiene una imagen desfavorable del 71%, la vicepresidenta 40%, el ministro de Defensa 37% y el ministro de Hacienda 41%. Solo el 16% dice que el país va mejorando, mientras que un 73% afirma que la corrupción y la economía han empeorado. La misma suerte corren indicadores como el costo de vida, la seguridad, las relaciones internacionales y curiosamente en un gobierno de derecha, el 57% ve que en un futuro Colombia podría vivir la misma situación de Venezuela.
Sucede lo mismo con las instituciones. La imagen del Congreso y la justicia llegan al 82% de desaprobación. Vale la pena preguntarse si la gente no cree en las instituciones por las personas que temporalmente las lideran? O se trata de un desprestigio más de fondo, estructural, sobre su atraso e incapacidad para responder y resolver las necesidades ciudadanas? Me atrevo a proponer una respuesta a estos interrogantes. Los escándalos de corrupción de funcionarios públicos, sin duda minan la confianza en las instituciones. Sin embargo, la incapacidad de la clase política para avanzar en reformas rezagadas desde hace décadas que modernicen el estado y lo conecten con la gente para corregir la falta de oportunidades y la injusticia, son hoy la causa del rechazo ciudadano a las instituciones.
Cuando las instituciones democráticas pierden legitimidad, prestigio y respeto ciudadano, se genera un caldo de cultivo para que prospere el populismo, el autoritarismo, el miedo, el odio y la violencia que ha caracterizado nuestra historia política y que ha sido tan difícil superar. El cinismo, la corrupción, el clientelismo, la hipocresía y la irresponsabilidad que caracteriza la conducta de la mayoría de los políticos que se niegan a dejar el poder, bloquean la renovación de nuevos liderazgos capaces de interpretar la demanda política.
El país necesita y reclama una nueva manera de hacer política. Una política que deje de estar secuestrada por políticos que han traicionado las esperanzas de la gente. Una política que vuelva a pertenecer a los ciudadanos, incluyente, que transforme a Colombia en un país en el que todos arranquemos la carrera de la vida desde la línea de partida, con las mismas oportunidades, sin privilegios, sin maquinarias que compran votos cabalgando sobre las necesidades y angustias de la gente más vulnerable. Una nueva manera de hacer política en la que los políticos tengan una real vocación de servicio, que defiendan el interés público y general, que le den voz y representación a los más débiles.
Asumo el compromiso de liderar el camino para que una nueva manera de hacer política se abra paso en nuestro país.