Enseñaba Hipócrates en su escuela de la Isla de Kos hace 2.400 años que no hay enfermedad sino enfermos. Esta verdad sigue vigente hasta el día de hoy y hace que cuando tratemos de la investigación en salud, tengamos que distinguir entre la investigación biomédica y la social.
La primera trata de entender las condiciones fisiológicas, es decir, lo que es normal, a un nivel cada vez más profundo hasta el ámbito de lo molecular y diferenciarlas de las patológicas que son una desviación de lo normal.
La genética demuestra que cada individuo es único e irrepetible, como lo vislumbró Hipócrates y es producto de la combinación de los genes de sus padres. Pero siendo único, es parte de un conglomerado social que empieza por su familia inmediata y se inserta en una comunidad determinada.
Por esa razón, la investigación social de la enfermedad es fundamental para entender al enfermo en su medio y sus posibilidades de recuperación o de agravamiento de su patología. La investigación social incluye la epidemiología, es decir la frecuencia e incidencia de una determinada entidad patológica en un entorno determinado, las condiciones de salubridad, educación, nutrición, etcétera, de los habitantes de ese entorno, los mecanismos que pone el Estado para la prevención y tratamiento de le enfermedad, vacunación, hospitales, puestos de salud, el personal de salud, etcétera y todo esto condicionado por coyunturas temporales y espaciales tales como la migración venezolana que afecta a nuestro departamento.
En este contexto tuvimos la oportunidad de estudiar la investigación en salud que se hace en Norte de Santander y presentar esos datos a la Comisión de Sabios del foco de Salud que nos visitó hace poco por invitación de la Universidad Simón Bolívar.
Magali Alba Niño nos puso en contexto al decir: “que se precisa la incorporación de la Ciencia, la Tecnología y la innovación en los espacios de investigación, extensión y docencia para convertir las situaciones de frontera en oportunidades a través de la inclusión social y disminución de las brechas que históricamente han tenido las regiones periféricas como el Norte de Santander” y mostró las investigaciones interdisciplinarias que se vienen haciendo desde la Universidad Simón Bolívar particularmente en el Catatumbo.
Valmore Bermúdez Pirela resumió los estudios del Grupo de Altos Estudios de Frontera (ALEF) sobre las características de los migrantes venezolanos legales y presentó datos antropométricos que muestran la situación de desnutrición a la que ha llegado tristemente la población venezolana, que los ha llevado a emigrar. Y nos recordó que es ingenuo esperar que los migrantes regresen a su país, aún si cambian allá las condiciones políticas.
Luis Fernando Niño López nos presentó las aterradoras cifras de violencia en el departamento por la lucha a muerte por el control territorial de las bacrim y los grupos guerrilleros y las consecuencias que han tenido para la salud en las áreas de conflicto; mientras que Jovany Gómez Vahos preguntó: “¿Cómo están siendo aprovechadas las potencialidades de la población estudiantil en los diferentes niveles educativos?, ¿qué transformaciones se están llevando a cabo y cuáles deben desarrollarse por parte del sector educativo para favorecer los procesos de la población estudiantil migrante? y ¿qué tipos de imaginarios y prácticas sociales se están constituyendo en el actual contexto fronterizo con relación a la educación y la salud pública?”
La conclusión final del foro es que nuestra investigación social en salud está bastante desarrollada y ofrece elementos que le pueden servir a las autoridades para tomar decisiones. Pero nuestra investigación biomédica es muy incipiente. Con algunas excepciones, tanto en la Universidad de Pamplona como en la Simón Bolívar, con proyectos aplicables a nivel global y susceptibles de ser patentados, nuestra investigación tiene mucho que ver con sistemas de enseñanza de las ciencias de la salud o con determinación de marcadores de ciertas patologías como el cáncer o la enfermedad cardiovascular. Necesario pero incipiente.
Lo anterior demuestra que Jorge Ramírez Zambrano (La Opinión, 26/08/2019) tiene la razón cuando señala que hay muy pocos programas universitarios acreditados en nuestra región y ninguno en medicina. Porque la acreditación no es sino la fe pública que otorga el Estado, a través del Consejo Nacional de Acreditación (CNA), que confirma que una institución o un programa tienen alta calidad. Un programa sólo tiene alta calidad cuando se sustenta sobre investigación pertinente. Es a esto a lo que tiene que apostarle la universidad nortesantandereana en el futuro cercano para que pueda ser reconocida por su calidad en el ámbito nacional y, ¿por qué no? en el internacional.