El pasado viernes 4 de febrero una noticia lúgubre invadió la ciudad por redes sociales, el fallecimiento del doctor José Neira Rey, luego de una breve y riesgosa circunstancia de salud. La consternación fue general y lo primero que vino a mi mente, luego de lamentar su deceso y en la condición de dirigente de la Academia de Historia de Norte de Santander, es que, en dos años de pandemia he ocupado la tribuna sacra para despedir valiosas unidades de la corporación a la que he pertenecido, como secretario o como presidente, en el último bienio.
Tal circunstancia se ha presentado con los académicos Pablo Emilio Ramírez Calderón, Ramiro Calderón Tarazona, Luis Eduardo Lobo Carvajalino, Guido Antonio Pérez Arévalo, Eloy Mora Peñaranda, Mario Villamizar Suárez y ahora el académico José Neira Rey. Toda una pléyade de personalidades que desde diferentes ramas del saber prestaron sus servicios profesionales a la ciudad y a la región, con competencia, ética y profesionalismo.
Tal es el caso concreto del doctor José Neira Rey, que sin ser natural de la ciudad o del departamento, llegó muy joven a servirle a ambos, tanto en el ámbito privado como público.
En el primer caso, como como comunicador social y propietario de la emisora La Gran Colombia donde tenía su propio radioperiódico - “Tribunal del pueblo” -, donde clamaba por lo vital para la ciudad, y, además, como columnista del diario La Opinión, por varios años, tratando un tema que le apasionaba: la integración fronteriza.
En el segundo caso, como servidor público, organizó la fundación de la Zona Franca de Cúcuta, de la que fue gerente y a la que nunca dejó de hacerle seguimiento de lo que queda de ella. En el servicio diplomático fue Embajador Plenipotenciario de Colombia en Venezuela y Cónsul de Colombia en Finlandia, allá, en Escandinavia. Al culminar su misión, en este último destino dejó registro de su experiencia en un valioso libro titulado “Desde el final de la tierra”, que hoy adquiere trascendencia porque nos relata cómo se cumplen funciones públicas con dignidad, prestancia y sentido de pertenencia.
Al expedirse la Constitución de 1991, que consagra normas de integración fronteriza, inició don José Neira Rey una batalla por el acercamiento diplomático y comercial entre Colombia y Venezuela, es decir, no se quedó en lo regional, sino que se extendió a lo nacional. Necesariamente tenía que ser así porque para todo ello hay que contar con el Gobierno nacional. Primero, desde su columna en el diario La Opinión, artículos que recogió en varios tomos cuando cesó su publicación y que reposan en la biblioteca de la Academia de Historia; segundo, lo vimos debatiendo en varios escenarios, como el Área Cultural del Banco de la República, con codirectores de dicho Banco Central; en las citas de la Fundación el Cinco a las Cinco, con congresistas invitados, y en general, en cualquier esquina de la ciudad.
Don José ha regresado a la fuente, pero su legado perdurará porque sus inquietudes de armonía fronteriza entre dos naciones que no deberían estar tan desunidas, siempre tendrán vigencia. Con sus publicaciones se encargó de que sus ideales no fueran olvidados y se aseguró de prolongarlos en el tiempo, porque es algo que requiere cuidado permanente así haya gobiernos amigos. Don José fue un académico activo y gran amigo.