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Juan Manuel el oportuno
Félix de Bedout la llamó la mayor metida de pata de la historia del Gobierno, y María Isabel Rueda habló de un tiro en un pie.
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Martes, 21 de Junio de 2016

No podía ser mejor escogido el auditorio, ni el momento más feliz, ni más entusiasta la declaración. Con motivo del Foro Económico Mundial llegaron a Medellín unos cuantos inversionistas potenciales, algunos banqueros internacionales, burócratas de instituciones multilaterales de crédito, muchos menos de los que uno quisiera para vender a Colombia como destino de los capitales que andan por el mundo buscando buen alero donde guarecerse. 

Pero llegaron. Y Santos los aprovechó para estimularlos a que corrieran lo que suele llamarse el riesgo país, con el aliciente de que está por estallar una guerra en las ciudades colombianas, que cualquiera sabe interpretar como terrorismo del peor.

Los visitantes sabían, porque tienen el mal hábito de preguntar por lo que pasa o puede pasar en donde los invitan, que las Farc no los quieren para nada, que los consideran aliados del demonio y que sus empresas deben ser eliminadas de ciertos sectores de la economía, del campo, por ejemplo, y que donde se los tolere será solamente para eso, para tolerarlos donde no haya mejor remedio que aplicarles. Su desconfianza es entonces proverbial frente a los tales diálogos y sus recelos muchos y plenamente justificados.

Lo que no esperaban, y llegó a sorprenderlos, es que el presidente, sin mandarles razón con nadie, les dijera que se aprueba el plebiscito, refrendación de un acuerdo que en tan poco estima el capital extranjero, o que estalla la guerra en las ciudades.

Los periodistas más fervorosamente santistas no fueron capaces de aguantar la caña, como decimos los del campo. Félix de Bedout la llamó la mayor metida de pata de la historia del Gobierno, y María Isabel Rueda habló de un tiro en un pie. Esta vez Santos logró plena unanimidad en la crítica.

El presidente, que no se midió, ni se contuvo, ni se adornó, aseguró tener amplísima información sobre las intenciones terroristas de las Farc, valorizándolas en el decir que era terrorismo para las ciudades el que se vendría. De modo que puso al oyente a pensar en la fuente de la información. Porque si era de la inteligencia militar o de policía, cabría preguntar por qué los dueños de la información no hacen nada para impedir el inminente ataque. Y si son fuentes de otro origen, como por ejemplo los plenipotenciarios suyos en La Habana, lo que sigue es preguntar cómo no ha compartido semejante noticia con los encargados de impedir que esa voluntad, necesariamente expresada en actos preparatorios contundentes, se mantenga sin estorbo.

Son preguntas sin respuesta, que obligaron al nada astuto Ministro de Defensa a contradecir a su jefe, asegurando que los tales preparativos no existen y que de existir serían derrotados por la fuerza pública. ¿A quién creerle? 

Aquí no importa saber cuál de los dos personajes anda en lo cierto. Si el atolondrado presidente o el incompetente ministro. Lo que importa es que estamos en poder de los terroristas, que esos terroristas son los mismos que aseguran su voluntad de paz, y que la mantendrán mientras el pueblo, en acto democrático soberano, no los contraríe. De otro modo, que espere las bombas, la metralla, los raptos, los atentados.

Todos sabemos que Santos no es una lumbrera. A nadie le cabe duda de la excelente opinión que tiene de sí mismo y de la mala opinión en que nos tiene a los demás. Pero en Medellín superó sus alardes de Narciso y su incompetencia apabullante. Y lo más grave, es que ha dicho la verdad. Estamos convencidos de que habló en serio y con conocimiento de causa. O aprobamos el plebiscito o nos matan. Queda por ver si con su concurso

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