Por estos días en las redes sociales circulan algunos videos que evidencian actuaciones de colombianos en el exterior, que han generado polémica, por trasgredir las normas de la moral y las buenas costumbre. No se trata solo de las inadecuadas actuaciones de unas personas que deberían responder de manera individual por sus actos. La polémica toma una connotación nacional, pues se mancilla el buen nombre nuestro país y se hace quedar mal a todos los colombianos, por la estupidez de algunos desadaptados.
Colombia ha tenido que asimilar la estigmatización mundial por culpa de unos pocos narcotraficantes que pensando solo en ellos y sin importar la imagen del país y sus connacionales, han decidido ponernos en el escarnio público, asumiendo la corresponsabilidad de sus indebidas actuaciones. Es por ello que cuando viajamos al exterior, al presentar nuestro pasaporte somos sometidos muchas veces a rigurosas pesquisas.
No sabemos representar a nuestro país y vamos folklóricamente haciendo cuantas chambonadas se nos ocurre, creyendo que las autoridades de los otros países son tan permisivas y complacientes como las nuestras. Tenemos la responsabilidad y el deber cívico de representar bien nuestro país al lugar que vayamos, sobretodo si decidimos portar el tricolor en nuestra camiseta.
Cualquiera podría pensar que la discusión generada en las redes sociales es vana y que existen cosas peores, por lo cual deberíamos dejarla pasar y no desgastarnos en ella. Sin embargo, el país debe empezar a ejercer el reproche social como mecanismo de castigo a las conductas inadecuadas de sus compatriotas, para evitar todo tipo de acto que atente contra la moral y las buenas costumbres. Por permisivos es que se han disparado los niveles de violencia y corrupción en nuestro país.
Ya es hora que dejemos esa malicia indígena de la que tanto nos preciamos y entendamos que solo nos hace daño. Si empezamos a cuestionar a quienes incurren en las pequeñas infracciones, no nos costará trabajo repudiar los grandes desmanes de nuestro país y construiremos entre todos una mejor sociedad.
Las malas costumbres, la ilegalidad y la informalidad nos han ganado mucho espacio y hoy casi debemos convivir con ella en los escenarios públicos y privados; por ello debemos empezar a repudiar todo aquello que atente contra el orden establecido. No podemos permitir que el caos gobierne nuestras vidas y menos aun que nuestros hijos se acostumbren a ello. Estoy convencido más que nunca que la bandera de los valores debe ser levantada por nuestra sociedad, enseñando a las nuevas generaciones su importancia y la necesidad de mantenerla en alto.
Creo que llego el tiempo de creer que podemos hacer las cosas bien, en el marco de la legalidad y el respeto a la moral y las buenas costumbres, dejando de lado la malicia indígena que tanto daño nos hace.