La memoria buena es un sueño que cae en el regazo del alma, con la elegancia de las estrellas en una noche de luna, o la gracia de una lluvia serena regando los recuerdos, enamorándose, sin prisa, de la nostalgia.
A la vuelta de la tarde, el crepúsculo recoge los pasos y uno se da cuenta de que hay aún mucha magia por descubrir en su imaginario intelectual, y se nutre de la esperanza de algo mejor, que aún no ha sucedido.
Emerge un inventario de emociones desperezándose, o alistándose para llegar al puerto para contar al pensamiento qué fue de su destino, con un cúmulo de adjetivos llenos de adioses e instantes fugitivos.
Un alivio cándido asciende como una sombra sentimental y hace trueque con el corazón, juega a las palabras, a las canciones, a los libros viejos, para irse con el sol a aislarse en un recodo del paraíso, de la mano del arco iris.
La más bella metáfora pasea con nosotros, rememora lugares, leva anclas abandonadas, amores dormidos, en fin, tanta melancolía pendiente, envuelta en paños finos, así como antes se guardaban los tesoros…
Es la esencia espiritual del tiempo colgada de una fantasía que nos asoma, por una misteriosa ventanita azul, a un camino peregrino que conduce al bosque encantado donde está nuestra verdad.
Los mortales no entendemos tantas cosas indescriptibles que sólo están en el reflejo invertido de un espejo, con la evidencia de la sabiduría fluyendo, en un silencio tal, que nos hace retornar como el mar…desde la arena.
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