Los neurocientíficos Ethan Bromberg y Tali Sharot han demostrado la existencia de mecanismos cerebrales que resultan en la creación y fijación de creencias, lo que permite que cada uno construya su propio modelo interno del mundo para darle sentido a sus decisiones, lograr metas, ganar estímulos y evitar castigos. Estas creencias incluyen las del grupo social al que se pertenece.
Observando las protestas de los jóvenes durante estas últimas semanas de paro y particularmente, el comportamiento de los más violentos que atacan con piedras y palos a un ESMAD y policías armados, sin al parecer importarles la conservación de su propia vida, uno se pregunta ¿Cuál es el modelo interno del mundo que ellos han adquirido para darle sentido o no a sus actuaciones?
Quisiera explorar una respuesta basándome en los hallazgos de las neurociencias y no en teorías educativas o sociales o explicaciones simplistas de conspiraciones internacionales. Por demás está decir que no hay, ni puede haber, experimentos directos que estudien las conexiones nerviosas del cerebro en seres humanos. Por consiguiente, el conocimiento que manejamos se obtiene de animales de laboratorio, en los que se estudian los cambios que se dan con el avance de la edad en períodos equivalentes a la niñez, la adolescencia, la edad madura y la vejez y que se someten a condiciones que simulan situaciones similares en el ser humano.
Según estas observaciones, durante el desarrollo del cerebro se dan dos etapas en las cuales las neuronas crecen, cambian de posición con respecto a otras y sus prolongaciones conocidas como axones y dendritas establecen y rompen continuamente nuevas conexiones en un proceso conocido como plasticidad. La primera, se da entre el nacimiento y aproximadamente a los siete años de edad. La segunda, durante la adolescencia, cuando se da el mismo tipo de cambio, con la diferencia de que la maduración no es lineal. En efecto, el sistema límbico del adolescente que gobierna las emociones, las recompensas, los miedos y lo que el grupo espera de ellos, sufre el proceso en forma rápida y explosiva, mientras que las áreas responsables del razonamiento, el juicio y las funciones ejecutivas que asociamos con la edad madura, marcha más lento hacia la adulta.
Según Lydia Denworth, el adolescente exige respeto y reconocimiento de su estatus. De los 17 a los 20 años de edad es cuando el predominio del sistema límbico permite que estén listos a dejar el nido y la seguridad de sus casas y familias. Y crear otras nuevas. Pero también es cuando están más ávidos de aprender y aprenden mejor cuando los mayores aprenden con ellos y de ellos. La calle, el barrio, la escuela y las mismas acciones dentro de movimientos que llamamos vandálicos, como los que se dieron en Chile hace dos años con la destrucción de las estaciones del Metro de Santiago y ataques a los carabineros y ahora en Colombia, permiten la consolidación de ese modelo.
Pero no podemos pensar que éstas son imágenes fijas, estereotipadas, que se dan en todas las generaciones. Julio Aróstegui nos recuerda en su extraordinario libro Historia del presente que pertenecer a una generación tiene un componente de clase social y un componente biológico. El primero se basa en la existencia de una estructura socioeconómica y de poder en conti¬nua transformación, mientras que el componente biológico tiene que ver con los períodos de tiempo en los que se vive y que son diferentes, aún para generaciones separadas apenas por una década o dos. Pero el componente biológico condiciona al componente socioeconómico. En este sentido, los jóvenes de hace dos generaciones tenían creencias diferentes a las de la generación actual.
La neurociencia nos ayuda a entender al otro, lo que es la base misma para la posibilidad de diálogo y negociación. Aprovechemos ese conocimiento para el bien de nuestro país.