La semántica según el diccionario, es el significado de una unidad lingüística; lo que se entiende de un término o expresión idiomática. De ahí que muchos apelan al idioma para tergiversar los hechos y hacerlos aparecer como expresiones de lo que no son, en una acción claramente dirigida para obtener un objetivo, con el ingrediente de perversidad de por medio.
Los antiguos penalistas eran unos maestros del idioma y, también, de la oratoria; por eso las gentes se divertían oyendo sus intervenciones ante el jurado, adornadas de toda clase de argucias retóricas, para lograr cautivar al público, y también a los jurados de conciencia.
Existe una famosa anécdota del destacado penalista Manuel Serrano Blanco, que a una de las audiencias se presentó en cierto estado de alicoramiento, de tal manera que cuando le concedieron el uso de la palabra, se levantó de la silla y comenzó a llenar de elogios al acusado, adjudicándole calificativos como el de buen padre, ciudadano ejemplar, hombre de virtudes excepcionales. Al hacer una pausa, su secretario se le acercó para decirle al oído que estaba confundido, pues él no era el defensor, sino el acusador. Serrano, conmovido por su error, y después de apurar un vaso con agua, retomó la palabra para decir “Señor juez, señores miembros del jurado, distinguida concurrencia: Todo esto que yo acabo de decir, es lo que este abogado, que está sentado enfrente de mi, va a decir de este asesino” y emprendió su arremetida de rigor.
Traigo a cuento esta anécdota, para referirme al debate que está ocurriendo en la actualidad en torno a la aprobación del plebiscito por la paz. El país se encuentra tan polarizado en este tema, que todo el mundo quiere apelar al idioma para tergiversar hechos, para darle la vuelta a las distintas versiones, para inculcar miedos y para desatar pasiones.
En el fondo, no es otra cosa que la incultura política, en donde no se acude a la argumentación seria y estructurada, sino a las intensiones dirigidas, a los odios declarados y a los ardores viscerales.
Sin duda un debate lamentable, lleno de iniquidad y envilecido por las pasiones, en donde el fondo se cubre con apariencias y falacias, para ocultar las realidades de un escenario determinado.
Esa habilidosidad semántica, es ya una vieja costumbre en nuestro país que termina atrayendo incautos y alejándolos de las realidades. Ya se decía de Caro, hábil lingüista, que terminaba sacrificando un hombre, para pulir un verso.
La controversia siempre es sana, pero cuando se basa en argumentos veraces.